Por los archivos de suscriptores de este periódico debe de andar aun la ficha de José Fernández, más conocido como José Tola de Malleza de Salas. Había emigrado a Cuba y en La Habana trabajó como lector de periódicos en una fábrica de tabacos. Su oficio consistía en leer la prensa cubana, con un tono de voz lo más alto posible, a los trabajadores tabaqueros mientras faenaban. Iba a buscar fortuna. No la consiguió y volvió pronto a Malleza. Se casó con Luisa Díaz Rubio, de La Arquera, hermana mayor del Padre Rubio, mártir en una misión de la por entonces Rodesia (hoy Sudáfrica), y ambos se dedicaron de por vida a la agricultura y a la ganadería.

José Tola se suscribía a LA NUEVA ESPAÑA a las puertas del invierno. Cuando había terminado la recogida del maíz, bajaba un día Pravia en la camioneta de Mallecina, cogía el tren del Vasco y acudía a la administración de este periódico "a apuntarse hasta abril". Pagaba por adelantado.

En aquellos tiempos, el correo en los pueblos era diario y recibía el periódico en Casa Serafín de Malleza, la estafeta postal de la parroquia. Como no era hombre de bar, tras despachar el ganado por la noche leía mucho y bien. Era, para la época, un hombre culto y había vecinos mallezanos que acudían a pedirle consejo ante algún conflicto personal.

Llegada la hora de la sementera del maíz, a primeros de mayo, se agotaba la suscripción, según lo convenido meses antes, y por la seronda, otra vez a Oviedo a suscribirse.

José Tola y Luisa Díaz han sido mis padrinos. Tuve el privilegio, en una comarca donde escaseaba la lectura porque ser suscriptor de un diario era solo cosa de ricos, de que Padrino terminaba la lectura de LA NUEVA ESPAÑA sin la menor mancha en ninguna de sus páginas. Todo el invierno, al caer la tarde, lloviese o nevase, el ahijado bajaba desde La Arquera hasta Malleza, unos kilómetros de nada, a buscar el periódico del día anterior que estaba doblado y guardado en el armario de la cocina.

Por aquellos tiempos, La Belmontina tenía averías en el suministro eléctrico a los pueblos que duraban semanas. Se recurría al candil de carburo para todo, lectura del periódico incluida, por lo que, al respirar mucho tiempo el combustible, acababas con la nariz tupida. No importaba. Yo tenía el periódico de Padrino para leer hasta las tantas. La radio íbamos los sábados a escucharla a Casa Garrido, que era herrería, peluquería, carpintería, calderería (de arreglar calderos) y muchos más oficios, pero, si no había luz, la radio estaba muda. Yo era un privilegiado porque tenía el periódico de Padrino. ¿Qué era el de un día antes?. Eso carecía de importancia. Me cabe la satisfacción de que José Tola, mi padrino, murió siendo ya el que suscribe redactor patrullero por Asturias de este periódico. El mayor abrazo de mi vida me lo dio cuando pasé de "Voluntad" de Gijón a LA NUEVA ESPAÑA y fui a Malleza a darle la noticia. Aquel día lloramos juntos.