Desde los años cincuenta, lo conocido como "cultura de masas", al hilo de los ensayos "Psicología de las masas" y "El malestar en la cultura", ha venido siendo uno de los caballos de batalla del intelectual, de aquél que se erige en conciencia de la sociedad. Es verdad que, en la Historia, esto se remonta al primer proyecto utópico, el platónico, modelo de inspiración de los que han venido a continuación. Lo que es estricta y exclusivamente asunto de preferencias y decisiones que afectan al individuo y sólo a él, el así considerado intelectual lo ha convertido en el objeto de una cruzada sanitaria, en aras del proyecto humanista de educar a las masas y por el bien público. Es presunción de este intelectual considerar a los individuos de un grupo o nación en minoría intelectual, moral y, consiguientemente, necesitados de que alguien como él -vocacional de la "doctrina por tu propio bien"- les tutele.

Es un hecho que lo conocido como "cultura de masas" no es de consumo universal, allí, en aquellas comunidades que de ello disponen. Hay individuos a los que semejante producto no da satisfacción a sus expectativas. Cierto que hay sujetos que, por entrenamiento en el pensamiento crítico y por una sólida construcción de su personalidad, no frecuentan este mercado. También habrá -¿por qué no?- quienes, sin las condiciones favorables de aquéllos, pero, en el ejercicio de sus propias habilidades mentales y capacidad volitiva, no consuman la "cultura de masas" o, siendo consumidores, su intelecto la filtre. Consiguientemente, la existencia de semejante grupo humano dentro de las comunidades pone en cuestión la presunción de la nueva "orden de redentores" que juzga a sus congéneres "ovejas perdidas" y de minoría mental y moral.

Hay un error más en la percepción salvífica del redentor de la comunidad: en la imagen narcisista de sí mismo, el intelectual redentor no concibe el hecho de la libertad del individuo, así como la irreductibilidad de la pasta de la que está hecha la condición humana. Para quien, sin prejuicios, se dedica a tratar con la condición humana, en su concreción como individuo, sujeto de su propio vivir, sabe que la pasta de la que está hecha la persona es irreductible al simple mecanismo del arco reflejo, sea éste de índole natural o de otra (cultural, educacional, económica, histórica?). Este redentor, por otro lado, tampoco cree en la acción libre del individuo para producir lo que considera oportuno, así como para acudir, por decisión propia, al mercado y comprar en razón de su inalienable preferir. En su vanidad, es ciego para ver que al mercado se traen otros productos de valor desigual, incluso el del intelectualismo redentor, y que el consumidor compra el producto cultural al dictado de su preferir y capacidad valorativa. Para este humanista altruista, en su ego, su oferta es la única que debería inundar el mercado, incluso deberían ser retiradas las otras.

Por esto, si se averiguara qué es aquello insondable en la altruista vocación salvífica y redentora del intelectual "pensador de tu propio bien", se podría alertar al resto de los miembros de una comunidad y, así, quien lo prefiera evite la presencia de intrusos en sus alegrías y desdichas. Pero, tratándose del fenómeno "cultura de masas", el rigor metodológico prescribe atenerse al hecho de que la vida psíquica es propia y exclusivamente del individuo, y que la llamada psicología de las masas es tan sólo un ente de razón, un modo de hablar de cómo la persona vive su relación con los otros miembros de la comunidad. Consiguiente, lo recomendado es "aislar al sujeto", para así ver qué hay en él que le dispone al consumo de la llamada "cultura de masas".