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La ventana

La huella de don Severo

Hay que ver cómo pasa el tiempo. Sólo los que contamos ya con un montón de años somos conscientes de que el tiempo devora vidas y olvida acontecimientos. Hace sesenta años, cuando este país vivía una etapa histórica gris, para muchos detestable y para la mayoría con más sombras que luces, un asturiano nacido en Luarca era reconocido internacionalmente con el Premio Nobel de Medicina. Hace veinticinco años que la Villa Blanca ya no pude disfrutar con la presencia de la figura egregia de Severo Ochoa.

Durante siglos y siglos, dentro de la civilización cristiana se venera y se recuerda a los muertos. Tributan el culto a los fallecidos quienes profesan unas fuertes convicciones religiosas y hasta quienes se inclinan por posturas más laicistas. Seguramente que Severo Ochoa, atendiendo a lo que fue trayectoria, sería más partidario de no perturbar la paz de los sepulcros.

Pasados esos veinticinco años su villa natal trata de sacar del olvido la personalidad y el legado de Severo Ochoa. No resulta fácil explicar qué razones justifican rememorar el fallecimiento de una persona a los veinticinco años y no a los veinte, o los diez. Habrá quien piense que ya era hora que Luarca tributase un acto de desagravio a su más ilustre ciudadano. Aquella primera página de LA NUEVA ESPAÑA con la imagen del féretro de Severo Ochoa en el anonimato del aparcamiento de un bar de carretera sigue avergonzando a cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad. Los peor pensados opinan que este tipo de actos conmemorativos sólo se hacen para satisfacer la egolatría de quienes los promueven. La prudencia dirá que conocer la trayectoria vital de un personaje tan singular es la mejor lección que se puede impartir a los más jóvenes.

Los jóvenes deben saber que Severo Ochoa vivió exiliado de forma voluntaria, y también de forma voluntaria se hizo ciudadano americano porque en su país no había cabida para personas de su talla intelectual. Eso y su reconocida condición de republicano le condenaron toda su vida a un ninguneo que fue venciendo gracias a su condición de científico total.

El ahora recordado Severo Ochoa seguro que se sentiría colmado si la juventud actual no se viese obligada a vivir la misma experiencia que él vivió y tengan que dejar su país porque aquí la investigación no tiene presente ni futuro.

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