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El cielo está lleno de caramelos

El recuerdo del exilio republicano y la influencia de los arquitectos emigrados a México

Hay unos cuantos arquitectos mexicanos de mucha importancia nacidos en España. Representan una segunda generación de técnicos superiores moldeada por el exilio. Tienen alrededor de 80 años y en el derrumbe de la Segunda República habían formado parte, junto a sus padres, del pasaje en barcos con rumbo a países de acogida. Crecieron en América, se formaron allí como arquitectos y aprendieron a identificarse con el alma americana.

Varios de ellos participaron en junio en el congreso internacional "Arquitectura y exilio. Las diásporas europeas de la primera mitad del siglo XX y su arraigo en América", organizado por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Fueron Juan Antonio Tonda (cuyos proyectos buscan alejarse de los postulados racionalistas), Óscar Hagerman (que pone en práctica un concepto sencillo, coherente y solidario de vivienda rural, en sintonía con cooperativas de indígenas), Juan Benito Artigas (profesor universitario, experto en patrimonio arquitectónico mexicano y casado con una llanisca), Nile Ordorika, Elsa Alonso Revaque, Víctor Ribera y Aida Pérez.

De ese encuentro en México, por cierto, deberían tomar nota las descolocadas instituciones académicas españolas del ramo. Contra lo que cabía esperar en 2014, la Universidad y los colegios de arquitectos han dejado escapar la oportunidad de conmemorar aquí como es debido el 75.º aniversario del exilio republicano. No ha trascendido ni un debate, ni una exposición, ni un curso de verano, ni un triste seminario. Nada de nada para recuperar la memoria histórica, ahora que tanto se habla de eso.

Pero frente a la pasividad y la desgana españolas, en México sí han querido ahondar en el conocimiento de la biografía y en la dimensión de la obra de los arquitectos trasterrados. Félix Candela Outeriño, Enrique Segarra Tomás, José Luis Miguel Benlliure, Joaquín Ortiz García (arquitecto municipal de Llanes), Óscar Coll Alas (que era de Oviedo) y Emili Blanch Roig, entre otros, fueron objeto de ponencias, igual que lo fueron también los exiliados de otras naciones europeas subyugadas por los totalitarismos, como Boris Albin, Max Cetto, Wladimiro Acosta, Alejandro Zohn o Mathias Goeritz, y los representantes de otras disciplinas (Josep Renau y sus murales en la arquitectura mexicana y Manuel Fontanals y sus aportaciones a la escenografía del cine, por ejemplo).

Al final de ese recorrido por un paisaje histórico fascinante fue cuando entró en escena el grupo de arquitectos mexicanos nacidos en España al que me refería antes. Ahí, precisamente, se cifró uno de los aciertos del congreso internacional, porque, probablemente, sin el testimonio de esa gente no se puede entender el exilio y lo que vino después. Evocaron el viaje hasta la frontera, los ecos de las represalias, la estancia en Francia en vísperas de la ocupación alemana, la adaptación, tras desembarcar en Veracruz, a un status sin comodidades pequeño burguesas? Con los ojos de los niños que eran en 1939, sacaron a la luz recuerdos bien guardados entre dos orillas, a caballo de dos umbrales: en la puerta de salida de España, los sermones de un cura que trataba de convencer a los hijos de los rojos de que había que ser buenos para alcanzar el cielo: "El cielo está lleno de caramelos", les decía en su afán de persuasión, y los críos se interrogaban perplejos: "¿Para qué queremos caramelos si en casa no hay casi nada que comer?" En la puerta de entrada en México, una perturbadora frase pintada al pie de un monumento al Descubrimiento: "Por Castilla y por León un nuevo mundo descubrió Colón; bien pudo cambiar de ruta el hijo de la gran?".

http://higiniodelriollanes.blogspot.com.es

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