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Piropear, una actividad de riesgo

La directora del Observatorio contra la Violencia de Género quiere erradicar los piropos, "aunque sean bonitos"

Los pocos piropeadores que quedan en activo han de andar a partir de ahora con bozal y pies de plomo. La directora del Observatorio contra la Violencia de Género del Consejo General del Poder Judicial, Ángeles Carmona, ha dicho que los piropos, "aunque sean bonitos, buenos y agradables, deben ser erradicados porque suponen una invasión a la intimidad de la mujer". ¿Se imagina el lector a una juez alemana decir algo parecido referido a su país? A España le falta un hervor para alcanzar la modernidad plena. Sabemos que aquí cuesta mucho superar el revoltijo de enquistados déficits históricos y culturales -la pervivencia de actitudes fratricidas y machistas, entre ellos- que impide converger con los modelos europeos. Lo que no sabíamos es que lo de los piropos revistiera tanta gravedad.

Quizá la señora Carmona tenga más razón que un santo (o que una santa) al decir lo que dijo, pero hasta ahora muchos estábamos en la creencia de que los piropeadores son una especie en extinción. Hace tiempo que no vemos a un hombre piropear en plena calle a una mujer (esto sólo se ve en las zarzuelas), y los jóvenes probablemente no deben saber ya qué es eso, de ahí que las declaraciones de doña Ángeles hayan causado perplejidad y hasta risa. Nos suscitan a bote pronto una batería de preguntas: ¿Cómo se eliminan los piropos? (Ella no lo ha apuntado). ¿Se combaten desde la escuela primaria? ¿En el seno de la familia? ¿Aplicando acaso el Código Penal? ¿Qué se supone que ha de hacer una mujer en el trance de ser piropeada por un desaprensivo? ¿Llamar al 091? ¿Pedir socorro al Defensor del Pueblo? ¿Presentar una denuncia en el Juzgado? Convendría aclarar esto para evitar la alarma social.

El piropo, que en esencia podría interpretarse como una forma de galantería -la propia doña Ángeles admite que puede ser "bonito, bueno y agradable"-, no siempre ha sido bien entendido por mentalidades a la defensiva, mal tomadas, de susceptibilidad fácil de herir.

Luis Dosal, "El Pierce", un simpático taxista que habitó el paisaje llanisco entre los años 40 y 60 del siglo XX, pudo comprobar personalmente que la galantería es a veces una vocación incomprendida. No podemos asegurar que el Pierce -cliente habitual del bar La Gloria- fuera un caballero al estilo de los estereotipos de Walter Scott, pero sí que en el día a día sabía mostrarse servicial y dispuesto a ayudar al prójimo. Nacido en Boquerizo y casado en La Borbolla, había estado en Cuba y tenía un Fiat que había pasado la frontera de Irún en 1902. Frecuentemente se le veía al hombre echar calderos de agua caliente en el depósito de aquella reliquia para facilitar el arranque del motor.

En cierta ocasión pisó el freno a la altura de Santiuste al ver a una mujer que iba caminando.

-"¿A ónde va, paisana? ¿Quier subir? Yo voy pa Colombres y no me cuesta nada acercala a algún sitiu", le dijo.

Contra todo pronóstico, la inocente galantería fue tomada a la tremenda:

-"¿Quién le manda a usté parar, a ver? ¡Habrase vistu! ¿Qué es esto de querer llevame en el su coche?", preguntó ella muy ofendida.

Al Pierce, que ni por lo más remoto esperaba esta mexada fuera del tiesto, le dio tiempo a mirar a la mujer de arriba abajo antes de contestar adecuadamente.

- "¡Lo que me faltaba pa'l duru! Igual se cree usté que pretendo cortejala... No se apure y perdone, que pa gachu téngolo yo ya en casa".

http://higiniodelriollanes.blogspot.com.es

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