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Un verano con demasiados mercadillos

Las actividades en la temporada estival riosellana

Por mucho que lo presenten como "animación cultural", no puedo dejar de ver a los mercadillos (piratas, medievales, tradicionales, artesanales o como los quieran llamar) como competencia pura y dura para el comercio local, ese colectivo de autónomos que ayuda a sostener la economía concejil y la imagen de la villa más allá de los cuatro días de verano en los que los feriantes quieren venir a montar sus tenderetes y llevarse la pasta, pues es evidente que lo que el turista se gasta en los puestos no lo deja en las tiendas.

Es desalentador ver que la historia se repite año tras año y que incluso va a más, particularmente en los años en que ha habido elecciones municipales y recambios en los equipos de gobierno. No sé si es imaginación mía, pero da la impresión de que los avispados organizadores de estas cosas saben que los gobernantes recién aterrizados (normalmente en primavera) aún no tienen resuelto el calendario de actividades veraniegas y se brindan para solucionarles la papeleta con sus mercadillos, ofrecidos como "evento cultural" para que sean aceptados y bendecidos (y no sé si subvencionados, lo cual sería el colmo) por las autoridades, que parecen cerrar los ojos a la realidad y aceptar al pulpo mercadillero como animal de compañía.

El resultado de todo ello es que impepinablemente, en los mejores días del verano, justo en esas fechas que el comercio local espera con impaciencia y estoicismo durante todo el año para hacer un poco de caja y poder compensar las penurias invernales, se instalan en lo mejor de la villa toda clase de feriantes a hacer la competencia, quitar público y levantarse un dinero que debería quedar en el pueblo, ese pueblo que paga, consume y vota en el concejo. Y no es tema baladí el del voto, pues todo gobernante debe saber que los autónomos votan y tienen un peso importante a la hora de poner y quitar ediles. Pienso que los gobernantes (y los opositores) deberían valorar adecuadamente este asunto y establecer unas prioridades, o al menos minimizar el daño que estos mercadillos hacen en la economía local, limitándolos en número y frecuencia, pues lo de este verano ha sido francamente abusivo. El último "cutremercadillo" de la temporada (¿o habrá más?), también camuflado como animación cultural, sentó sus reales a principios de septiembre, ocupando durante cuatro interminables días el paseo portuario (ese espacio no puede destinarse a esas prácticas, a ver si de una vez nos damos cuenta de su valor como escaparate marítimo de la población), utilizando las plazas de aparcamiento del muelle -tan necesarias para la villa- como campamento furgonetero y martirizando el sistema nervioso del vecindario con una musiquilla estridente de la mañana a la noche, como si se nos quisiera hacer purgar algún pecado que no habíamos cometido... pero que estábamos a punto de cometer si la tortura duraba una hora más.

No me acaba de convencer el argumento municipal de que el comercio local podía participar en alguno de estos mercadillos (no sé si la oferta incluía al mercadillo pirata, cuyo nombre, por cierto, lo definía muy certeramente), pues sería absurdo cerrar los establecimientos para ir a instalarse unos metros más allá entre los feriantes, en condiciones precarias y de mala manera. Ya se hace así una vez al año en la feria que organiza la asociación local de comercio, y en ese contexto sí tiene pleno sentido hacerlo, pues es una iniciativa del propio sector y que además funciona como elemento desestacionalizador para la villa, pues se celebra fuera de las fechas veraniegas y vacacionales. Y hablando de la asociación gremial riosellana, desconozco si se ha dado por aludida ante la proliferación de mercadillos, que en nada benefician al comercio local, como es evidente. O al menos me parece evidente a mí, porque podría ser que hubiera algún comerciante que defendiera los mercadillos y la competencia pirata, de la misma forma que el niño del chiste decía que le agradaba el olor del amoniaco: "pues a mí me gusta". Pienso que la asociación debería ponerse en su sitio, salir a la palestra y defender donde corresponde los intereses locales, que parecen obvios.

No se vayan a creer que estoy en contra de la animación cultural y del entretenimiento público, faltaría más. Lo que no me parece bien es que se disfrace de operación cultural lo que en el fondo es venta de producto foráneo, oportunismo comercial, exacción de beneficios y competencia indeseada, por no llamarla de otra manera más cruda. Los gobernantes deberían hilar fino en este asunto, cuidar a sus gobernados y separar las cosas: stop a los profesionales del oportunismo y vía libre a la animación cultural, pero de producción propia y con calidad. Resumiendo: que organicen actividades interesantes desde el Ayuntamiento y, por Dios, que no acepten al pirata como animal de compañía.

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