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El atril de Antonio Cea

La trayectoria de una figura imprescindible en la cultura musical llanisca

Hay un atril en la Casa de Cultura de Llanes que es todo un símbolo. Suele utilizarse en conciertos o como soporte en actos institucionales y recitales poéticos. En su día, envuelto en la bandera del municipio, sirvió para mostrar el Fuero que confirmaron los Reyes Católicos, cuando se presentó públicamente después de su restauración en el monasterio de las Pelayas, y en julio pasado se expuso en él el libro de Mareantes de San Nicolás, de 1632, en el acto inaugural de la exposición "Llanes y las ballenas". Hay mucha historia y mucha longevidad en ese atril. Sólido y perdurable, perteneció a Antonio Cea Gutiérrez (Escobedo de Villafufre, Cantabria, 1915), que lo llevaba y lo traía junto a una carpeta de partituras en su larga tarea por el concejo llanisco como director de distintos coros.

Cea se murió en la noche del martes, cuando faltaban dos meses para que cumpliera los cien años. Hasta hace poco seguía bajando a la villa al volante de su coche, cantándole al viento y cortando leña. Era hijo de Isabelino Cea (un maestro palentino que ayudó alguna vez a Concha Espina en la corrección de manuscritos de la escritora) y de Estanislada Gutiérrez, natural de Parres (Llanes).

Futbolista y jugador de bolos, atleta de salto de altura, cantante, folklorista, entrenador del CD Llanes, empleado de banca y chigrero, llevaba establecido aquí desde 1941, tras casarse con su prima Hortensia Gutiérrez, llanisca también de Parres, como su madre Estanislada. Fue solista de la Coral de Santander (con la que actuó en el Palau de la Música de Barcelona) y formó parte de otras buenas formaciones corales, como "Sabor de la tierruca" y "José María Pereda". Siendo aún un adolescente, había dirigido el coro parroquial de su pueblo.

En 1945, Antonio Cea compraría la casería de Bolao, en La Pereda, y abriría allí un merendero, bautizado como "Las Mimosas", con bolera y todo, con el Picu Soberrón al fondo. Ese lugar, que estuvo abierto desde 1956 hasta 1968, forma parte de las emociones y sentimientos de los llaniscos. En "Las Mimosas" se llegó a disputar un Campeonato de España de Bolo Palma y una vez cenó allí el guitarrista Narciso Yepes. Los Cea ponían un tocadiscos y la gente meneaba el esqueleto entre pomaradas y aromas de huevos fritos con patatas y chorizo. Los del bando de San Roque, cada 31 de agosto, empezaban allí el pasacalles del "Perifando".

Vinculado de por vida a la cultura popular llanisca, incansable y entusiasta en todo lo que hacía, simplemente por el hecho de disfrutarlo. Irradiaba serenidad y simpatía. Sin esperar reconocimiento alguno. Sin amargar a nadie. Tocado con una boina que le daba un aire de autoridad un poco castrense, a lo Montgomery, y un bigote minuciosamente recortado, de galán británico de los años 30, creó en 1963 el "Cuarteto Cea" con Hortensia y con los dos hijos del matrimonio (Toño, antropólogo del CSIC, y Gema); dirigió luego el coro parroquial (la "Schola Cantorum") y fundó el Coro de Parres y el "Ochote de Llanes". Aquel cuarteto, sin duda histórico y emblemático, recuperó y cantó la Misa Asturiana de Gaita cuarenta años antes de que lo hicieran otros que ahora, a destiempo, intentan apropiarse la paternidad del asunto a bombo y platillo. Los Cea recibieron el homenaje de Asturias en el Campoamor, en el marco del Concurso y Muestra de Folklore "Ciudad de Oviedo" que dirigía Carlos M. Jeannot, y han aportado tres grabaciones discográficas esenciales, que la Consejería de Cultura del Principado debería esmerarse en reeditar cuanto antes: "Misa asturiana de gaita", "Ritos al árbol, al agua y al fuego" y "La Salea de La Magdalena".

La forma de ser de Antonio Cea le llevó siempre a entregarse, a dar lo mejor de sí en cada momento. Presidió la Peña "Cuetu Molín" (sucedió en ese cargo a otro llanisco inolvidable, Pancho Martín Quintana), una institución altruista y llanisquista que concedía anualmente un galardón a los llaniscos significados por su ejemplaridad y sus valores humanos. Cea era cantarín, alegre, metódico y puntual. Como un páxaru parleru, mismamente.

Siempre nos van a quedar de él el recuerdo de la inmensidad de su vida y de su obra y el honor de haberle querido y disfrutado. De él conservamos también, guardado en un almacén de la Casa de Cultura, el trasegado atril, del que alguna vez se hace uso en actos institucionales y recitales de poesía.

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