En dos palabras. Sin anestesia. Sin rencor ni ánimo de provocación. Con total ausencia de intención ideológica o política. Con orgullo, a pesar de nuestros defectos, que no son pocos. Con eñe de restañar y de añadir. Sin saña. Con todo respeto para esa mayoría callada y sufrida de compatriotas que sin menoscabo de su distinta idiosincrasia saben perfectamente quienes son y no se avergüenzan de ello: españoles. Los mismos que sufren cada vez que de manera irresponsable, irreflexiva y dogmática se ofenden los símbolos nacionales. Los que cada vez que contemplan o visten una camiseta de la selección española de fútbol sienten en el corazón el tacto cálido de esa estrella que corona el escudo nacional. La que un día ganamos en buena lid, demostrando al mundo lo que somos capaces de lograr con ilusión, esfuerzo y unidad. ¿A qué viene entonces ese loco empeño por autodestruirnos?
