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Con sabor a guindas

Sueños de Navidad

El disfrute de pasear a las puertas del invierno junto al mar riosellano

Estas fechas, de cálido otoño, que abren sus puertas a un cercano invierno, invitan a pasear. En Ribadesella, al igual que en toda la costa asturiana -el miércoles Castropol alcanzó los 25 grados- son muchos los lugares atractivos para gozar de su disfrute.

Escogí el mar. Me agrada la brisa de la playa y recorrí su larga y bella senda. Me esperaba un silencio enorme. El sol, avanzada ya la tarde, fue mi fiel acompañante y me saludaba, en la distancia, desde el andén de su infinito horizonte.

Me apoyé en la barandilla contemplando cómo las olas, envueltas en blanca espuma, dormían sus sueños sobre su arena. Entusiasmado no me di cuenta que una personas se situaba a mi lado y en tono amable me dijo: en verdad, qué hermoso paisaje. Volví la cabeza y me sorprendió la belleza de una señora, ya mayor, que con agradable sonrisa me saludó con afecto, añadiendo: parece una postal de Navidad.

Sin duda, le contesté. Lo cierto es que era todo como un abanico de mil colores que se abría para darle paso al entorno de una brisa suave, con sabor a salitre y yodo, en un abrazo de cielos múltiples, surtidos verdes, entre gris tibio y pálido azul, aderezados con unas gotas de rojo intenso, bajo la mirada del faro de Somos y el murmullo de una perdida oración que nos llegaba desde la capilla de la Virgen Marinera de Guía.

En un momento se nos unió más gente que disfrutaba de aquella maravilla y en un ameno diálogo, entre todos, tratamos de arreglar los problemas del mundo. Se habló de paz, trabajo, paciencia, fe, ilusión y firme esperanza para el futuro de ese próximo año que nos espera.

Nos encontrábamos a gusto. La Naturaleza era como un claustro abierto. El silencio, que nos rodeaba, se hacía meditación profunda. No contaba el tiempo, el reloj paró su tic-tac mientras las olas llegaban como de puntillas, sin ruido, con un murmullo fino, delicado, como si un eco dulce nos enviara alguna acertada petición para el resto de nuestras vidas.

Nadie tenía prisa en marcharse. Era la celebración de una felicidad anticipada. Mientras tanto las olas no descansaban, dormían y despertaban, pero seguían en sus sueños mecidas por la caricia de una nana misteriosa.

Diríamos que parecía un concierto de sinfonías dirigido por batutas invisibles que, como guardias vigilantes de la Naturaleza, custodiaban lo único importante de la vida el amor entre las personas.

Sin darnos cuenta, la noche ponía en marcha su tren de salida y se llevaba, como viajeros, los últimos y tibios rayos de sol, en una mezcla de arco iris que jugaba, al igual que los presentes, con la amistad y el afecto en la compañía del azul de sus aguas.

Mientras se alejaba, en su pitido final, le acompañaban unas principiantes estrellas en danza con la luna, que ya asomaba su luz. Nos despedimos, en un canto común, escuchando el tierno sonido de una guitarra y la voz de un conocido y sentido villancico.

Es Navidad. Felicidades nos dijimos en un abrazo fraterno que hacemos extensivo a todos nuestros lectores. Un abrazo.

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