Hubo quien advirtió hace ya cuatro años, con motivo de las movilizaciones del 15-M, que o el PSOE y el PP reaccionaban para capitanear los cambios que la sociedad empezaba a demandar o el tsunami que se adivinaba los acabaría arrastrando. No hicieron caso, por supuesto, quizá creyendo que su reino -el régimen bipartidista- dudaría mil años, y ahora el tsunami los está empezando a arrastrar, mientras que nuevas formaciones políticas, con actitudes y mensajes más frescos y modernos, empiezan a acumular votos, sobre todo -como siempre ha ocurrido en España en épocas de cambio- de los más jóvenes y en las zonas urbanas. Pero no se está señalando el problema principal: un sistema político sin separación real de poderes, que da el mando absoluto a los pocos que dominan los aparatos de los partidos. O sea, que si no cambia el sistema, aunque cambien los partidos, la política acabará volviendo a este cauce rancio y descompuesto.