En el mes de abril Tertulias en Llanes va a reunir un grupo de cantautores de los 70, entre los que van a estar Luis Pastor, Elisa Serna, Amancio Prada, Pablo Guerrero, Julia León o Quico Pi de la Serra. En un principio se había mencionado también a Rosa León, Luis Eduardo Aute y Paco Ibáñez, casi nada. No sé el significado que tendrán estos nombres para los jóvenes, si es que tiene alguno, pero puedo asegurarles que para los que nos tocó ser jóvenes en los últimos años del franquismo, esos nombres encierran la esencia de lo que fuimos. O de lo que queríamos ser. Quien no lo haya vivido difícilmente podría imaginar que fueron precisamente los cantautores, infinitamente más que cualquier político, pensador o activista social, los que de verdad supieron expresar y proyectar los anhelos de libertad de toda una generación.

Ellos fueron los guías (morales, estéticos, políticos, espirituales) de quienes deseábamos ardientemente la democracia para España. Y creo que gracias a ellos, al poder de la música, de la poesía y de la ética, fue inevitable el fin de la dictadura (que se había quedado sin ética y sin estética a golpe de corchea) y fue posible la Transición. Hasta los más correosos defensores del Movimiento, quitando un puñado de ultras recalcitrantes, sucumbieron al irresistible encanto del buen rollo y arrimaron el hombro para crear una Constitución que otorgara a los españoles, como aquella de 1812, derechos y libertades.

Alabo y aplaudo la iniciativa de convocar en Llanes a los cantautores de los setenta, pero echo de menos sobre todo a uno: Raimon, Raimon Pelegero Sanchis. Sin duda fue el cantante de Játiva el que tuvo más peso político en toda España y también el que tuvo una presencia más destacada en nuestra comarca (con permiso de Jerónimo Granda) en aquellos días de plomo y rosas. No cabe olvidar la actuación de Raimon en Ribadesella el 28 de julio de 1976, el mismo verano en el que participó por primera y última vez en el festival de Canet de Mar y tan sólo tres meses después de su apoteósica actuación en Madrid, aquel cañonazo democrático que dejó desarbolado al buque (ya fantasmal) del franquismo. Desde luego que a quienes organizamos el concierto en Ribadesella no se nos va a olvidar nunca, pues fue un hito en la afirmación de los asturianos por la democracia y también un momento de enorme intensidad emocional para el grupo de veinteañeros que lo sacamos adelante, bajo el paraguas de la Sociedad Cultural y Deportiva, que en ese tiempo no era solamente un club deportivo sino también cultural. Justo es incluir en el recuerdo a Alfredo Suárez, presidente de la sociedad, y a Adolfo Fernández, secretario, ambos ya fallecidos, que asumieron la iniciativa y nos permitieron seguir adelante a pesar del ambiente de hostilidad que los piquetes de la extrema derecha habían conseguido sembrar en el pueblo con panfletos, pintadas y amenazas varias, con la pasividad cómplice del comandante de puesto de entonces, de cuyo nombre no me quiero acordar.

Sé que cuando escribo esto estoy reflejando los sentimientos del grupo de muchachos atrevidos que organizamos el concierto, pues efectivamente no éramos más que unos jóvenes inmaduros, pero también unos demócratas convencidos. Todos juntos nos bautizamos ese verano en el Jordán de la democracia. En ellos pienso ahora, y creo que de alguna manera deberíamos celebrar este verano el cuarenta aniversario, de la misma manera que hace diez años celebramos el trigésimo en la Semana Negra invitados por unos colectivos gijoneses independientes. Qué grande sería que el propio Raimon pudiera acercarse a esta villa, al paseo de la Grúa, al mismo sitio donde un día se juntaron 4.000 asturianos para pedir la democracia, que aún estaba por venir, la amnistía para los presos políticos y la libertad constitucional para todos. Y qué oportuno sería que el propio Ayuntamiento riosellano organizara un pequeño acto con el cantante, dándole así cobertura institucional a un hecho que fue histórico para la villa y para la región.

También pienso algunas veces en la sencillez de Raimon (que se debería pronunciar Raimón, a la valenciana), tan lejos del divismo de otro tipo de artistas. Lo digo porque en aquellos días de 1976 hicimos gala de nuestra inconsciente juventud y lo organizamos todo como una especie de romería al aire libre, como si en Asturias no lloviera nunca en julio. Y también mostramos nuestra pobreza organizativa en los traslados al cantante desde el aeropuerto (ida y vuelta) en mi modesto R-5 de dos puertas, o en su alojamiento en un hostal igualmente modesto de Arriondas, aunque bien es verdad que fue porque en Ribadesella no nos quisieron alquilar una habitación para el cantante y su señora, tal era la psicosis de catástrofe civil que los ultras habían logrado inocular en la población. (Aún conservo el panfleto, no es broma). Por cierto, en el traslado lo único que le preocupaba a Raimon era que su guitarra, alojada en el maletero, no sufriera daños, y desde luego nada le pasó, pues en el concierto sonó a gloria. Creo que nunca conduje aquel cochecito con tanto esmero.

Qué hermoso sería que Raimon viniera otra vez, aunque fuera para dar un concierto pequeño, íntimo. O simplemente para rememorar los días de la Transición (que ahora se ven idílicos, pero que en realidad fueron peligrosos y titubeantes) de "cara al vent" del Cantábrico. Qué bueno es saber que sigue siendo un artista sensible, un hombre cabal, un creador que a pesar de haber sido vanguardia del catalanismo cultural, nunca se dejó utilizar por nadie, ni se arrimó a los pesebres del poder, ni se quiso subir a la ola independentista, lo que le está costando las críticas feroces de los catecúmenos del separatismo. Cuánto sentido tendría hoy en día, cuando algunos valores constitucionales se ven tan amenazados, que le escucháramos de nuevo. Aunque no cantara.