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Con sabor a guindas

El señor don Quijote

La importancia de mantener el respeto por el libro y por la cultura más allá de celebraciones esporádicas

Decir debo que amigo soy, desde mi niñez, de tan ilustre personaje, por mi vivir en tierras de la Mancha por las villas de Quintanar de la Orden y Toboso, lugares de sus correrías.

Leo en estos días que, con motivo de sus aniversarios, diferentes editoriales dan preocupación a su recuerdo pregonando y alabando su sabiduría, que al parecer, en los tiempos que corren, está más firme que nunca.

En esas estaba mi pensar, mientras descansaba en una siesta tibia de las de párpado entreabierto, con televisión puesta, sentado en cómodo sofá y en manta que arropa mi cuerpo, viendo la película de "Don Quijote".

Confieso que en ese ir y venir la cortina de mis ojos se abre y se cierra sin pedirle permiso a un sueño que va y viene y trata de jugar al escondite con mi paciencia.

Me detengo en una escena, allí donde cura, barbero, ama y guapa moza, que sobrina es del caballero, revuelven, sin escrúpulos, en la biblioteca, ojeando sus libros de caballería y otros que dominio fueron de sus correrías. Husmean, eligen, acuerdan y deciden hacer hoguera sobre aquellos que entienden malos consejeros.

Sobre el patio de la vieja casa manchega hacen pila, a la que dan fuego, sin más contemplaciones, mientras Caballero y su fiel Sancho andan en lucha con los molinos, o en pleitos y defensas, sin olvidarse de su amada Dulcinea.

Servidor luchar hubiera querido con ese jurado de precipitada decisión, para librar del fuego aquellos libros de caballería que a su decir transformaron la mente del Hidalgo. Si en alguno valiera mi opinar pregonaría con fuerza que bien cuerdos andaban Caballero y escudero.

No lo andan tanto esas personas que, en el momento actual, dan candela sin compasión a miles de libros, si no con fuego sí con cortantes cuchillas, según dicen por sus muchas ediciones y escasa venta. Pienso si no sería mejor regalarlos a escuelas y otros centros para que la palabra escrita de esta obras no se pierda en el olvido.

Servidor, que al cabo de los años hizo sacrificio, al igual que otras personas, para el logro de una aceptable biblioteca, siente terror de que algún día uno de sus amigos más fieles, el libro, acabe también en las llamas de ese infierno de la indiferencia, sin haber cometido pecado alguno.

Tengo confianza en que la lucha por la cultura no se olvide. Eso se dice, o al menos eso es lo que se intenta. Se celebran aniversarios, se festeja el día del libro, se da aire a su presentación, pero lo importante no es lo momentáneo, sino seguir ofreciéndole un justo respeto en el futuro. Están bien las nuevas técnicas, nadie lo duda, pero no nos olvidemos del olor clásico del papel, de mojar el dedo, si es preciso, para pasar hoja, entre un sorbo de café o una copa de un buen licor.

Debemos de intentarlo. Yo me pregunto: ¿qué ideas se le ocurren a ustedes, en especial a las librerías, para mantenerlo? Esperemos que entre todos descubramos su secreto y lo pongamos en práctica.

Desconozco si el libro tiene sus leyes de circulación y quién dirige su tráfico. Daño nos hubiera hecho si el buen Quijote y su escudero Sancho fuesen hoy pulpa de papel.

Así las cosas, pienso que hoy, más que nunca, el reloj de la vida debe de marcar las horas de no descuidar la cultura. Que así sea.

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