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Mercadillos, feriantes y competencia oportunista

Sobre la proliferación de eventos supuestamente culturales en el verano que perjudican al comercio local

Hace unos días un comerciante de Ribadesella, ajeno a partidos y asociaciones, impulsaba por Whatsapp una recogida de firmas en su establecimiento para elevar al Ayuntamiento una protesta por la proliferación de mercadillos en la villa. No sé cuántos habrán pasado a firmar (yo sí lo hice), ni sé si la iniciativa habrá tenido la difusión que se merece, pues no es un asunto baladí. Tampoco sé si el promotor habrá hecho llegar el documento a su destinatario, el Ayuntamiento, que es en definitiva el responsable de los permisos y, en algunos casos, de la misma organización de los mercadillos.

Otro colega del ramo del comercio, mucho más próspero que yo y que suele lamentarse en privado, me dijo que no había firmado porque "para lo que sirve..." Por desgracia no le falta del todo la razón, pues las autoridades municipales parece que miran para otro lado y siguen con su política mercadillera, aumentando incluso la dosis del año anterior. En el mes de julio del año pasado, si no me falla la memoria, hubo cuatro mercadillos y "cutremercadillos" (que no son exactamente lo mismo, pero que tienen los mismos efectos negativos para el comercio), mientras en julio de este año ha habido nada menos que cinco: el de Guía, el "barroco", el del queso, el del azabache y el del tiovivo, por llamarlo de alguna manera. Parece ser que se trata de eventos "culturales", por lo que el comerciante local debe aguantarse, tragar y encima aplaudir, todo ello en nombre de la presunta cultura. Y mientras aplaudimos, los feriantes se llevan el dinero de los turistas y adiós muy buenas. Y lo que digo de Ribadesella me parece que es aplicable a las villas del entorno, al menos a las que están en una situación geográfica y socioeconómica parecida. Es decir, machacadas por feriantes, ambulantes y oportunistas, en algunos casos incluso subvencionados por los Ayuntamientos. Es difícil imaginar mayor erratismo gubernamental y mayor autoflagelación del sufrido gremio del comercio.

La medalla de oro del cutrerío ambulante de este año se la lleva (por ahora, pues habrá más candidatos) el autodenominado "mercadillo barroco", que en julio plantó sus reales en la villa y pretendió hacernos creer que estaban homenajeando a Cervantes y Shakespeare, válgame Dios. Aún no se sabe en qué consistieron exactamente tales honores, pues el contenido de algunos tenderetes tendía al fistro diodenal y otros al horror sin paliativos, mientras que los "pasacalles musicales" fueron una especie de escarnio a la memoria del Manco de Lepanto, a la música en general y al Siglo de Oro en particular. Con su gracia cotidiana, mi amigo Capín -sistemáticamente perjudicado con tenderetes que le tapan abusonamente el quiosco de prensa- me decía que iba a quejarse a su profe de Literatura (¿o era de Historia?) por no haberle enseñado lo que era el Barroco, pues lo que mostraban los tenderetes en nada se parecía a lo que él había estudiado en el instituto.

Supongo que los Ayuntamientos son embaucados a menudo por los promotores de mercadillos, que se las ingenian para maquillarlos de parques temáticos (medievales, marineros, prehistóricos, barrocos, etc., etc.) y venderlos a los políticos como eventos culturales, aunque en el fondo siempre se trate de lo mismo, es decir, de vender sus cosas a los turistas en las mejores fechas del año y, naturalmente, en detrimento del comercio local. Los Ayuntamientos no pueden seguir pecando de ingenuos, de cómodos ni de injustos, y deben saber detener esta dinámica, pues el colectivo de los pequeños autónomos locales, que con frecuencia vive en el alambre, no puede aguantar tanta competencia foránea y oportunista. Y la asociación de comerciantes de la villa, si es que existe para algo más que para organizar su propia feria de primavera, debería también darse por aludida y salir a la palestra, pues en este asunto el sector se está jugando las habichuelas. No debe admitirse alegremente el argumento de que "los feriantes ofrecen lo que no hay en el pueblo", pues no es verdad, ya que desde los quesos hasta el azabache, pasando por la bisutería y la práctica totalidad de los artículos que ellos venden, se pueden encontrar en las tiendas habituales de la villa y a unos precios competitivos, pues el que pretendiera vender caro no conseguiría vender una escoba. Y aunque el argumento fuera verdadero en algún caso, el hecho es que el turista normal viene con un presupuesto limitado para comprar regalos, y lo que gasta en los tenderetes foráneos no lo va a gastar en las tiendas del pueblo. Así de sencillo, señores y señoras.

El Ayuntamiento y las asociaciones, perdonen que insista, deben tomar nota y defender a los autónomos locales, pues el dinero que se llevan los feriantes no se queda en la villa, no se queda en los negocios que pagan sus impuestos en el concejo, pagan agua, luz, basura, viñetas, tasas, rentas y festejos, y sostienen el tejido comercial del pueblo durante todo el año, asumiendo estoicamente las pésimas ventas de los muchos meses ruinosos y subsistiendo de aquella manera. No estoy diciendo que haya que erradicar y prohibirlo todo, sino que se actúe con sentido de la realidad y de la protección del "vecino-contribuyente-votante". No es aceptable que en los pocos días comerciales que se presentan al año se favorezca que se lo lleven crudo los feriantes y los oportunistas. Y tampoco es estimulante que la imagen de la villa se deteriore con tanta proliferación de campamentos furgoneteros, tanto mercadillo y tanto cutremercadillo, dejando en entredicho la deseada "excelencia turística" por la que se luchó seriamente en años no muy lejanos y que parecía que ya se había consolidado. Una cosa es llegar y otra, mucho más difícil, es mantenerse.

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