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Con sabor a guindas

Por las tierras de Amieva

Los antepasados de la familia Crespo

Suele decirse que los ríos son las arterias de la vida. El Sella lo es en esta zona de los Picos de Europa desde su nacimiento en los altos del Pontón hasta su descenso en la hermosa Ribadesella. En su entorno, la naturaleza es como una filigrana bordada por la belleza de su paisaje.

En su avance, salmones, reos y truchas son ejército en la transparencia de sus aguas. Sobre ellas cielos que saben del gobierno de sus aves y a sus pies diversas especies de animales que pastan sobre su alfombra verde, cuajada de flores entre todos los árboles posibles.

El desfiladero de los Beyos acoge, bajo su tutela, esfuerzos de rabiones que, en la intensa pelea del tiempo, dejan cicatrices de encantos múltiples. Aguas bravas y prudentes que se abrazan con cariño a sus sendas rocosas. Beleño, desde su balcón, se asoma a Amieva para bendecir su cauce y le lleva las aguas del Ponga a las que se une el Dobra.

Hace más de medio siglo que mi relación tiene vida amistosa y comercial. He dado sus pregones de matanza y quesos, sin faltar a su feria ganadera y sus concursos de cante asturiano y he observado sus pasos en el progresivo campo del turismo para que lentamente y con aplomo todo lo oculto de su belleza salga al encuentro del visitante para gozar de todas sus panorámicas. Así es Amieva.

Y a ella me fui, hace unos días, en compañía de mi buen amigo Jaime Crespo, un riosellano que la vida le llevó a Guadalajara, esa querida, para mí, tierra de la Alcarria que tanto viajé. Ocurre que la familia de mi amigo tiene sus raíces por los pueblos de San Román y Amieva de donde eran nativos sus abuelos.

Hicimos parada en el Ayuntamiento donde el amigo Carlos nos atendió con la amabilidad que en él es costumbre y nos trazó el camino a seguir en busca de las personas, que son muchas, que con el apellido Crespo hay en el lugar.

Nuestra referencia era una señora conocida por la Nena que divide su tiempo entre su casa natal en los altos de Amieva, en la Bolerina, y Zaragoza. Tras empinadas cuestas que gobernó con autoridad el buen conducir de Osmani, nos hizo a su llegada, descubrir, con un tiempo estupendo, unas vistas únicas.

No se conocían ambos parientes y fue un encuentro emotivo y cariñoso, reforzado con la llegada de otro Crespo de oficio constructor y con residencia en San Román, que recordó tener documentos donde Ramón, el abuelo de Jaime, abogado y diputado por León, nacido en Amieva, casado con Josefa de San Román, había ejercido en la herencia de su familia.

La entrevista fue larga y amena y tras el cambio de tarjetas y teléfonos, nos pusimos en marcha para hacer parada y fonda en Sames, muy bien atendido por los dueños de casa Chili, una tienda-bar muy cuidada que nos devuelve el sabor tradicional de la acogida del calor del pueblo rural.

Dejamos la montaña y ya camino del mar les cuento a mis amigos cómo aquellos caminos de herradura que ascendían al Pontón buscaban nuevos horizontes en las ideas de Pedro Díaz de Oseja y de Pedro Severo de Robles que allá por el siglo XVII culminaron el proyecto de la carretera.

Tras el puente medieval de los Grazos, cercano a Santillán, llegamos al romano de Cangas de Onís que se mira en el espejo de sus aguas. Después Las Arriondas donde el Piloña espera al Sella. En su ribera algunas plantas enraizadas muestran sus vivos colores besando a sus aguas, al igual que sus sauces de hojas alargadas y estrechas.

Sobre esta tierra saturada de humedad sigue el río su camino hacia Ribadesella para dormir sus sueños en su hermosa bahía y darle su final y cariñoso abrazo al Cantábrico.

Con él y con mi afecto me despido de ti, Amieva.

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