Los voceros de los poderosos juraron por sus falsos ídolos hace años, por ejemplo, que la globalización beneficiaría a la gente porque implicaría precios más bajos, mayor actividad económica y más empleo. Pero lo que trajo en realidad fue deslocalización, caída de salarios, paro y desesperanza. También prometieron que las ayudas públicas para desplegar las nuevas tecnologías (ayudas que pagamos todos y que ingresan las grandes empresas) acabarían con la secular brecha existente entre los universos urbano y rural. Pero en realidad ocurrió lo contrario. Un ejemplo: hoy, en las zonas urbanas pueden hallarse conexiones a internet de hasta 1.000 megas simétricos más baratas que las antediluvianas de 6 megas de la zona rural (en realidad hay pueblos en los que se paga por 6 pero la velocidad real no alcanza ni la décima parte). Es así que buscarse la vida en un pueblo es hoy un martirio. A este país hay que darle la vuelta, como si fuera un calcetín.