La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Con sabor a guindas

Mi amigo el árbol

El viejo castaño de mi aldea

Cada mañana, desde hace años, cuando abro los balcones de mi hogar saludo al viejo castaño que lleva siglos plantado al pie de la bolera, cercano a la plaza de la iglesia. Hace unos días, al asomarme, lo vi cercado por unas cintas de protección y un coche del Ayuntamiento vigilando su figura.

Pensé en lo peor. "Se nos va", me dije. Sin embargo, no era cansancio, ni raíces heridas, era tan sólo que un enjambre de avispas enfurecidas buscó guarida al calor de sus maderas. Todo se resolvió al instante y tras la invasión del inesperado enemigo, a mi amigo el viejo árbol le sigue sonriendo la libertad.

Mi aldea sabe de todas las edades del tiempo, y sus árboles conocedores son de su larga historia. Ellos siguen ahí cumpliendo su misión para ofrecernos el consejo de su vejez. Pienso que su presencia hace más felices nuestros días. Hagamos con él un pacto como confesor de secretos olvidados.

Ayer me acerqué a visitarlo. Me senté a su sombra y recordé mi infancia, cuando fue cobijo de mis juegos. Está como siempre, parece que por él no pasa el tiempo. Es un castaño no muy alto, de amplio tronco, fuerte, erguido, que aún sigue vivo, lleno de esperanzas y ofreciéndole a la vida el encanto de su entorno. Sus ojos tienen la mirada cansada de mile de emociones y acontecimientos. Me pregunto lo interesante que sería nos contase todo lo vivido.

Tenemos una vieja mistad. Nos mostramos afecto compartido. Por ello, hablamos. Hicimos recuerdo del pasado. Comentamos el cambio de la vida, la actual falta de valores comparado con antaño, también de cómo anda la fe, casi perdida. La educación, me dice, se mantiene a grandes rasgos, y la familia esperemos se mantenga más unida.

El mundo es, añade, una guerra permanente que busca la paz con escasos resultados. Eso sí, bajo el lado optimista hay otros cambios que se llaman de progreso. Son avances continuos y en ocasiones peligrosos si son mal administrados. Y así es el momento que el tiempo nos depara.

Se mostraba resignado. La vida se hace silencio en mi parcela y me voy quedando solo en el tiempo. Nadie acepta mis consejos, me decía con humildad. En su soledad gobierna el descanso de cuerpo y alma y busca el equilibrio de su conciencia para que las voces que suenan lejanas le proporcionen alivio. Para él todo se hace fugaz e intenso; son ya, a sus años, miradas que van al viento y regresan cansadas.

Con nostalgia, observa que ya en su larga vida sabe de alegrías y tristezas compartidas. Ha recogido en sus ramas fríos, nieves, escarchas, tormentas, soles tibios o nubes que llegan del cielo y que se esconden entre lágrimas de lluvia. Son tantas cosas las que han salido al encuentro del camino que el color de su conciencia se hacer fuerte de ilusiones y esperanzas. Su palabra, también, se hace eco de la meditación y del rezo.

Entre charla y charla caía ya la tarde. El sol se iba lento. La noche se acercaba y una brisa fría nos hizo despedirnos a mañana. "Volveré", le dije, y seguiremos esta amena convivencia. Me contestó con guasa: "te espero, como siempre, con mis pies anclados en la tierra, mi cuerpo aún de hojas rodeado y mi alma en libertad mirando al cielo".

Me fui contento. Qué hermosa es la experiencia que dan los años y qué tranquilidad te ofrece la palabra de este viejo amigo que mantiene sus raíces en el tiempo.

A mi alrededor jugaban unos niños y me hubiese gustado que escucharan sus consejos. Me pregunto si, en el futuro, sabrá la juventud conectar con la experiencia que, como herencia, le ofrezca la sabiduría de sus antepasados.

Estoy en esa confianza. Mientras tanto, me quedo con la recibida de mi viejo amigo el castaño, al que llamamos el del Llano, y es vecino, desde siglos, de mi aldea. Él y yo les deseamos un año nuevo muy feliz.

De otra parte, que sigamos todos los asturianos ocupados de mejorar nuestra pequeña parcela de este mundo que es el Principado y que los Reyes Magos nos traigan esa palabra mágica llamada salud. Un abrazo.

Compartir el artículo

stats