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Cronista oficial de Parres

El chalé de La Gotera

Esplendor y decadencia de un edificio con historia: "Villa Encarnación"

En las actas municipales conservadas en la Casa Consistorial de Arriondas aparece en 1908 la solicitud de licencia para levantar un edificio en las afueras de la villa, en el barrio de Castañera. Era su promotor don Manuel del Llano Margolles, y el edificio -con amplia zona verde dedicada a jardines- recibió el nombre de "Villa Encarnación", en honor a la esposa del promotor. Los hermanos parragueses don Manuel y don Jacinto del Llano se habían establecido en Sevilla a finales del siglo XIX, ciudad en la que fundaron un próspero negocio de curtidos, cueros y pieles, con importación, exportación y venta de los mismos. El edifico sevillano dedicado a este negocio era verdaderamente suntuoso y, en su parte posterior, se habilitaron unas muy dignas viviendas para los trabajadores de la empresa. El edificio fue inaugurado en la ciudad hispalense el 31 de enero de 1890, según un amplio reportaje del periódico de la época "El Programa".

Cuando los vecinos del barrio de Castañera, y de Arriondas en general, precisaban ayuda, siempre estaban dispuestos a colaborar. De hecho, cuando la actual iglesia parroquial de San Martín, en Arriondas, estaba en construcción en 1897, esta familia donó desde Sevilla 13.031 pesetas, de un presupuesto de 20.715 pts. previsto para los primeros 18 meses de la obra.

Este matrimonio tuvo cuatro hijos. Fallecida Regina, la primera de las hijas, quedó su hermana Encarnita, que se trasladó a vivir a Inglaterra con su esposo, donde fundaron una fábrica de tejidos en la ciudad británica de Manchester. En Arriondas permanecieron sus dos hermanos, Manuel, al que llamaban "Manolo Sevilla" (por su lugar de nacimiento) y Ángel del Llano Fernández.

Por alguna razón la familia intentó vender el chalé dieciséis años después de su inauguración, como se desprende del anuncio publicado en el periódico gijonés "El Noroeste", el viernes, 19 de agosto de 1927, que decía textualmente: "Se vende la magnífica posesión titulada 'Villa Encarnación', en Arriondas (Castañera), a 1 km. de la estación del ferrocarril y tranvía de Covadonga, con 92 metros de frente a la carretera general de Oviedo a Santander; 75 metros de frente a la vía férrea; 66 áreas de terreno completamente llano y poblado de árboles frutales. El chalé, en medio de la finca, tiene una cuadra grande y, adosada a la misma, una casita; tiene lavadero, jardín y agua propia".

La Guerra Civil sorprendió en 1936 a la familia durante su habitual estancia veraniega en San Sebastián y -debido a sus ideas políticas- todos marcharon hacia el exilio para Argentina, donde tenían algunos familiares. La casa estaba magníficamente amueblada, según contaban años atrás los más ancianos vecinos de Castañera.

Pero al chalé le quedaban por vivir dentro de sus muros otras historias apasionantes, como si de una novela se tratase.

El edificio fue habilitado como hospital militar durante la contienda civil, hace ochenta años. "La sanidad de la República en Asturias durante la Guerra Civil" es un libro de Carlos Ortega Movillo (KRK ediciones) y ahí aparece La Gotera como el Hospital Militar Nº 19. Especializado en cirugía menor, disponía de 250 camas instaladas y 88 ocupadas, en agosto de 1937. Era su director Pascual del Buey Larranz, con fecha de ingreso el 19 de febrero de 1937. Pascual del Buey había nacido en Zaragoza en 1888 y era inspector municipal de sanidad en el concejo de Parres, afiliado al partido socialista, tenía la categoría de capitán militar. Desde mayo hasta octubre pasó a ser director del Hospital Militar de Mieres. Encarcelado en Oviedo el 2 de febrero de 1938, fue sometido a un consejo de guerra cuatro días después, siendo ejecutado el 2 de abril siguiente. En Arriondas, fue sustituido por su colega Epifanio Matamoros Fernández, nacido en Sama de Langreo en 1903 y afiliado a CNT y FAI. Los hospitales militares más próximos eran el de Cangas de Onís (habilitado en las escuelas) con 490 camas y el de Infiesto, con 381.

Este hospital de La Gotera estaba en una lista de establecimientos sanitarios a suprimir en enero de 1937, pero -al final- no se llevó a efecto. La evacuación de este hospital de Castañera ha quedado vivamente narrada por uno de sus hospitalizados heridos, Lino Oviaño.

Así lo contó José María Oviaño Cuesta, su hijo, fallecido hace cinco años en Valencia, el cual dejó por escrito un largo relato de 115 páginas, que se inicia el 25 de septiembre de 1937 cuando Lino -el protagonista del relato- se encontraba en Covadonga, a punto de ser tomada por el ejército nacional. Herido en Següenco con otros milicianos y con su compañero Herminio, acabaron en el Hospital Militar de Cangas de Onís desde donde -debido a los bombardeos sobre la ciudad- fueron evacuados al Hospital de La Gotera. Van desfilando en el relato nombres de personas de Cangas y de Arriondas, afiliados o simpatizantes de la causa republicana y amigos; además de poner de manifiesto vehementes sentimientos llenos de esperanzas, temores y proyectos. Mientras, bombas y proyectiles caían sobre Arriondas y Castañera. En el sótano del improvisado Hospital de La Gotera se protegieron algunos, o bajo varios colchones. Astillas, vidrios, ventanas, techos, etc. se veían por los suelos. El hospital fue evacuado y los heridos fueron trasladados a Infiesto, después a Pola de Siero, Sama, etc. Lino Oviaño estuvo escondido durante más de dos años y fue ejecutado el 10 de diciembre de 1940, pocos días antes de que llegase su indulto.

El chalé de La Gotera cambió de manos, de destino y de "color" político, puesto que fue ocupado por un batallón de trabajadores, compuesto por un comandante, un capitán, varios tenientes -uno de los cuales tenía que ser médico- alféreces, brigadas, cabos, cocineros, etc. y un número indeterminado de prisioneros de aquella fratricida guerra recién terminada. En muchos casos, redimían penas con el trabajo que se veían forzados a realizar. Solían ser españoles, pero podía haber algún extranjero que hubiese sido capturado por el ejército vencedor. Su misión era el trabajo civil en las innumerables obras, de todo tipo, que las consecuencias de tres años de contienda habían dejado en la comarca. Se les abonaban dos pesetas diarias, de las que se les restaba una peseta con cincuenta céntimos para su manutención, el resto se les entregaba el fin de semana. Si eran casados y tenían hijos, percibían algo más de salario.

A partir del paso del batallón de trabajadores, la casa comenzó a caer en decadencia. Hace algunos años, tanto el edificio en ruinas como la finca que le rodea, fueron adquiridos por nuevos dueños, los cuales se la compraron a un nieto argentino de aquellos don Manuel y doña Encarnación que la habían mandado construir un siglo antes. De modo que el chalé fue una lujosa mansión, hospital para heridos de guerra, residencia de trabajadores en época de miserias y, por último, durante más de sesenta años, un esqueleto viviente en espera de un nuevo destino o de una más que segura desaparición.

Por algo nuestros antepasados latinos nos dejaron frases como: "Sic transit gloria mundi" (así pasa la gloria del mundo), o aquel verso del poeta Virgilio en las Geórgicas: "Fugit irreparabile tempus" (huye el tiempo irreparablemente).

Un magnífico magnolio queda en lo que fuera jardín residencial. Nos gusta imaginar que, en noches de luna llena, especialmente cuando sopla el viento del sur, el magnolio entra en diálogo con el esqueleto del edificio y ambos se comprometen a resistir un invierno más.

Agradecer, por último, a David Madrazo, que haya elegido el ahora casi fantasmal edifico de La Gotera, para incluirlo en la lista de uno de esos lugares mágicos de Asturias, como ya ha hecho con otro medio centenar de ellos en sus publicaciones, y poder -así- recrear su pasado. Acompañarle a él y a sus colaboradores en la visita que hemos realizado hace unos días al interior de este enigmático edificio -situado en la entrada sur de Arriondas- ha sido una experiencia gratificante, al igual que el intercambio de conocimientos sobre el mismo. Gracias, asimismo, a los actuales dueños de esta ruina. Ni que decir tiene que su muy peligroso interior parece recrear el escenario propicio para una película de destrucción, devastación, decrepitud y -por supuesto- con muchos recuerdos.

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