Sabido es que muchos son los caminos que nos llevan al apóstol, entre ellos el Primitivo, el de la Costa y el del Salvador, como bien lo recoge LA NUEVA ESPAÑA en sus 25 entregas con todo lujo de detalles y maravillosas fotografías. A su vez, hace un tiempo, el amigo Melchor Fernández Díaz, ese maestro del periodismo, nos hizo unfiel reflejo de la ruta con el encanto de su palabra. Dos magníficos comentarios para nuestro archivo.

De unas fechas para acá, el incremento de peregrinos es enorme. No hace mucho hablé con varios hombres y mujeres que, con repletas mochilas, sombrero amplio y una vara, hicieron un descanso al pie de Ribadesella mientras contemplaban su belleza. Para mí, les dije, el Camino debe ser una meditación, más que un paseo turístico, donde ciertos principios de fe, más o menos intensos, son ofrecidos como cumplimiento de una promoesa, con el añadido de que las visitas culturales, los pueblos y sus gentes reforzarán nuestro viaje.

Me parecieron personas de espíritu sereno y resignado, y decidía acompañarlos en su ruta, uniéndome al grupo. En algunas ocasiones caminábamos en la noche para ofrecerle a la soledad nuestros pasos, que se hacían meditación, intimidad y silencio. Diría alivio para el cuerpo cansado y paz en el alma. Es hermosa esta tranquilidad buscada, de memoria aislada, donde cada uno, con su pensar, sin voz ni palabra, camina esperando el alba.

Luego, cuando amanece, nos recibe ese cielo cambiante, según el lugar, de azul intenso o gris plomo, con sus nubes y una lluvia que va dejando nuestras huellas. Y la marcha sigue y se agradece la sombra alargada de ese árbol de frondosas ramas, que es el oasis para tomar un bocado que nos dé fuerza.

La tarde se hace felicidad bajo un sol tibio y agradable que nos envía una brisa suave que agradecemos. La intimidad se agranda y nos llega un eco lejano con voz de esperanza. Y surge el perfume de la naturaleza con aromas a hierba fresca. Salen a nuestro encuentro campos verdes, montes, ríos, playas y, como si de una brújula interna se tratara, el pensamiento nos ofrece su consejo para animarnos, de cómo dejar atrás los kilómetros vencidos.

Acordamos hacer paradas para conocer monumentos, iglesias, capillas y todo aquello que sea de interés de ciudades, villas y pueblos. Y así, sin darnos cuenta, la noche llama a nuestra puerta en el deseo de llegar a ese albergue que hace de posada. El aseo y unas viandas nos llevan, con nombre de sueño, al descanso.

Nos espera el día siguiente. La mañana es clara, como la lluvia, tan sólo era un orbayu tierno, y cuando el sol despunta, llenos de ilusión y fuerza, emprendemos de nuevo la marcha. Aún queda ruta. El camino es largo. Y vuelve de nuevo el silencio y nos habla en voz baja. Me apetece decirles, porque lo vivimos, que el silencio no es ausencia; es presencia, es armonía, es mensaje, es, diría, amor en compañía. Luego, cuando se despeja, la palabra se hace calma. Para completarlo, de vez en cuando se nos escapa una oración y un rezo.

La naturaleza sigue siendo el hogar del peregrino y le ayuda a fortalecer sus ideas, y flotan los recuerdos que se abrazan a pasados y futuros sentimienos que nos ayudan al descanso del cuerpo y al alimento del alma.

La última etapa, conseguido el logro, es de una inmensa alegría. En la lejanía aparece la silueta de la catedral. Luego, a los pies del santo, de rodillas, necesario es elevar nuestros ojos y que nos miren los suyos, con la confianza de estar contento de recibirnos. Mis sueños se han hecho realidad en el camino andado. Sí, ya sé que las metáforas siempre son socorridas con ilusiones prestadas. las mías, con estas palabras, quisiera hacerlas verdad sincera para que mi imaginación y sentimientos me llevasen a ganar el jubileo.

En el engranaje de las vivencias compartidas, la amistad se hizo siembra y ojalá sea fructífera cosecha bajo esas tierras de España recorridas.

Antes de terminar, querido Santiago, quisiera decirte que ir en tu busca me proporcionó horizontes infinitamente abiertos, al abrazo de los cielos y al amparo de tu luz. Siempre recordaré, amigo, tu gran abrazo. Mientras, el botafumeiro, en largos vuelos, vertía aromas de incienso.