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Boñigas en el Paraíso

La manera de entender y respetar la cultura local de algunos forasteros

Desde siempre, las personas provenientes de las grandes urbes que se establecen en Llanes (o que vienen simplemente de vacaciones) muestran, en general, muy buena voluntad de integración en la tierra de acogida y respeto por las peculiaridades y tradiciones llaniscas. Se las ve a gusto y relajadas en un territorio "jalladizu", que tiene la fuerza de un imán, como decía Vicente Pedregal Galguera.

Pero sucede que junto a esa inmensa mayoría de gente normal y agradecida suele colarse también, sobre todo en verano, una fauna representativa de eso que don Francisco de Quevedo y Villegas llamaría "susto de los banquetes, polilla de los bodegones y convidados por fuerza". Estas prescindibles criaturas se caracterizan por el estrés crónico, los nervios, la mala educación, la ignorancia prepotente, el desprecio a lo local y el afán de mangoneo.

Fijémonos, por ejemplo, en esa mujer que aguarda delante del cajero de un supermercado de la villa. Es un día de fiesta, y en la cola la preceden dos personas. A la señora, propensa a hablar alto, para que se entere todo el orbe, la llevan los demonios cada vez que estalla en el cielo un cohete: "¡Ya está bien! Tengo piso en Llanes y vengo aquí a descansar. ¿Cómo se atreven a despertarme con este estruendo a las 8 de la mañana?" La cajera tercia para aclarar que es una de las fechas más importantes del año, pero sus argumentos no convencen, ni mucho ni poco, a la acalorada forastera, que acaba lanzando un inquietante aviso: "Sé yo, porque tengo muy buenas agarraderas, a quién me tengo que dirigir? Esto no va a quedar así".

Entuertos y comedias de este jaez son más frecuentes de lo que se podría suponer. Olvido Piquera, la del restaurante Solimar de Posada, se vio envuelta en uno de ellos, sin comerlo ni beberlo, a cuenta del activismo animalista. Un cuervo se había presentado meses atrás en su casa, le gustó lo que vio y decidió quedarse para siempre. Le daban de comer, respetaban su libertad y salía y entraba a su aire. Una mañana llegó al bar una mujer de capital y al ver que Olvido daba de comer a su peculiar huésped armó el cisco: "¡Qué barbaridad! ¡Un cuervo en cautividad!", exclamó en un tono de inquisidor del siglo XVI. La inocente historia del pájaro fue explicada por Olvido a su interlocutora, pero inútilmente: nada más regresar a su ciudad, la turista presentó una denuncia. El litigio no tuvo mayor trascendencia, y en recuerdo de él quedarían expuestos en una pared del Solimar, a modo de trofeo, los recortes de prensa de las crónicas publicadas por Ramón Díaz en LA NUEVA ESPAÑA.

La modernidad sorprende con cosas así, ya digo. El otro día, sin ir más lejos, una comerciante estaba a la puerta de su negocio agradeciendo a un barrendero lo limpia que había dejado una calle, hasta entonces invadida por el verdín. "Qué bien que lo quitasteis. Era un peligro porque resbalaba mucho", comentaba, y de pronto, una turista de segunda residencia que merodeaba por las proximidades metió baza: "Pues el musgo no hay que tocarlo de ninguna manera, porque la gente que viene de fuera lo que quiere encontrar aquí es lo natural". La entrometida, que dejó mudos a la comerciante y al barrendero, se esfumó dejando tras de sí una rúbrica: "Lo que tiene que hacer usted es llevar un calzado apropiado", dijo.

Con todo, las actitudes más preocupantes son las que amenazan lo rural y los modos de vida tradicionales. Las vacas que inmortalizó en sus óleos el gran José Purón Sotres empiezan a sobrar en el paisaje llanisco, y no por imperativos de la Unión Europea, precisamente. Algunos de los urbanitas -unos pocos, en realidad- que han elegido el concejo para vivir o pasar temporadas están empeñados en erradicar del paraíso las boñigas. Es como si hubieran declarado la guerra a los ganaderos. No toleran la presencia de caballos u ovejas, ni las pilas de cucho, ni las moscas ni las honradas e íntimas fragancias de un hábitat milenario, y ya empezaron a presentar escritos en el Ayuntamiento. Pretenden que las vacas pasen por otro lado, o que se hagan invisibles, o que lleven culeru.

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