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Cronista de Parres

Desde Cangas de Onís hasta Pravia

Sobre la Monarquía asturiana en ambas poblaciones

Bien escasas son las huellas de producción cultural de la Monarquía asturiana antes de su asiento en Pravia. No hay más documento conservado que la inscripción fundacional de la iglesia de Santa Cruz de Cangas de Onís. Se trata -como es bien conocido- de un largo epígrafe original que ha desaparecido o ha sido destruido, objeto de minuciosos análisis por no pocos autores. En el último estudio hecho por el latinista gallego Manuel Cecilio Díaz y Díaz, insistía en que los contenidos poéticos de este texto ponen de manifiesto la pericia de un autor que parece conocer o imitar composiciones poéticas de autores de la antigüedad, tal vez una persona que conocía las elementales reglas de un estilo métrico que puso al servicio de aquella primera corte asturiana del hijo de Pelayo, en la que es considerada como la primigenia iglesia dedicada a la Santa Cruz. En Cangas de Onís, primera capital de Asturias, el rey Favila mandó levantar esta iglesia en el año 775 de la era hispánica, instaurada por Augusto 38 años antes de Cristo, cuando había pacificado Hispania. Era, por lo tanto, el año 737 de la era cristiana cuando la iglesia fue consagrada en la antigua Cánicas, un 27 de octubre, diecinueve años después de la batalla de Covadonga, en el año 718 (aunque hay dudas de si fue en este año o en el 722). La capilla de Santa Cruz se decidió erigirla en el mismo lugar donde estaba un antiquísimo dolmen y, para ello, se creó un montículo artificial formado por el amontonamiento de cantos rodados. La lápida fundacional -copiada con el mayor esmero por don Roberto Frassinelli- se conservó hasta la total destrucción de la capilla en 1936. Esta capilla de Sta. Cruz estuvo atendida por los monjes del Monasterio de San Pedro de Villanueva, y fue utilizada como iglesia parroquial de Cangas de Onís hasta 1350. Un caso evidente de superposición de cultos o como dejó escrito el conde la Vega de Sella: "Montículo, dolmen y capilla forman un complejo de alto interés arqueológico, por establecer un nexo entre los cultos prehistóricos y el cristianismo".

En origen, el templo de Favila y de Froiliuba era de muy modesta factura, como se confirma en la descripción que el historiador y religioso asturiano Luis Alfonso de Carvallo hizo en 1613, y se publicó en su libro "Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias", en 1695. En él dice textualmente: "Esta iglesia dura hasta hoy con el título de Santa Cruz y no es más que un humilladero o capilla de sillería, de ocho pies de largo y ocho de ancho, que yo la medí, y todo es de sillería y después se le ha arrimado el cuerpo de la iglesia que tiene, pero no es de la traza de las iglesias de aquellos tiempos".

La actual capilla en nada se parece a las anteriores, aunque conserva de nuevo el dolmen en su cripta interior. Se le cambió su entrada hacia la fachada norte y, gracias a los oficios del Comisario de Defensa del Patrimonio, don Luis Menéndez Pidal, y de los cangueses don Antonio González Capitel, arquitecto, y el escultor don Gerardo Zaragoza, vio nueva luz en 1950 la digna y sencilla capilla que ahora conocemos. Cuando la corte se trasladó de Cangas a Pravia, fundamentalmente por razones de estrategia geográfica, la historia cultural de aquella nueva monarquía evolucionó, pero no debemos olvidar que la etapa praviana de la Monarquía fue de tan sólo 17 años. Un periodo en el que las desviaciones teológicas y doctrinales de la clerecía asturiana llegaron hasta la corte de Carlomagno, caso del adopcionismo y otros como el tratamiento de la resurrección de los muertos. Una mención especial merece en la corte praviana el abad Fidel, el cual formaba parte de un grupo de notables de la época y a quien el arzobispo de Toledo saluda como "convertido desde hace poco tiempo", pero a quien el abad no sigue en las posiciones erróneas del prelado toledano. A la muerte del rey Silo, unos años después, Fidel sigue en la corte, puesto que asiste a la profesión monástica de la reina viuda Adosinda, en el año 785.

En la etapa praviana de la Monarquía asturiana sobresale, sobre todas, la figura literaria de Beato de Liébana, toda una personalidad científica -como toda su obra- tantas veces estudiada y puesta de relieve; obra del autor lebaniego y monje, del monasterio de San Martín. Imaginemos el encuentro en Pravia entre el monje Beato y el abad Fidel en la profesión de la reina Adosinda. El latinista gallego Díaz y Díaz -más arriba mencionado- da por hecho que Beato de Liébana debe haber tenido algún cometido importante en los primeros años del reinado de Alfonso II y, de no haber muerto en el año 798, es muy posible que el soberano astur le hubiese enviado como emisario y representante eclesiástico que acompañara la embajada astur ante el que fuera rey nominal de los lombardos y rey de los francos, el Emperador Carlomagno, antes de muerte de éste, acaecida en Aquisgrán (Alemania) en 814. Como bien dice el historiador, catedrático y sacerdote Francisco Javier Fdez. Conde, hablando de Beato, su "Comentario al Apocalipsis" es más bien un centón que una obra original, pues llámase centón a la obra literaria -en verso o en prosa- compuesta enteramente, o en la mayor parte, de sentencias o expresiones ajenas. Bien es cierto que el erudito monje lebaniego tiene el mérito de ensamblar con mucho acierto los textos de diferentes autores y procedencias, consiguiendo dar al texto una notable unidad.

De cualquier manera, era muy habitual en la época el "zurcido textual". Hoy día consultamos en internet y, al momento, tenemos la respuesta, pero hace 1.200 años, o la amplia erudición se adquiría en una soberbia biblioteca o tal vez podías acceder a las antologías que ya se manejaban. No olvidemos que aquella incipiente Monarquía asturiana podía sucumbir ante cualquier razia inesperada proveniente de Al-andalus, cada vez más fuerte y poderosa con los Omeyas de Córdoba. La llegada del Anticristo y el final de los tiempos era una lectura que los teólogos e ideólogos tenían muy presente en sus escritos. Así se hizo famoso el pasaje que el arzobispo Elipando de Toledo envió a los obispos de Hispania mofándose de las urgencias apocalípticas del ermitaño de Liébana, cuya frase final se sigue utilizando en la actualidad. Escribió Elipando que Beato, en la vigilia del día de Pascua, estando presente un tal Ordoño y el pueblo lebaniego, profetizó que el fin del mundo había llegado, por lo que la multitud aterrorizada y como loca se sometió a un riguroso ayuno durante toda la noche y el día siguiente, hasta la hora nona. Pero el mencionado Ordoño, al sentirse muy hambriento, se cuenta que dijo a la gente: "Comamos y bebamos, que, si tenemos que morir, hagámoslo satisfechos". No es de extrañar que el de Liébana le llamase al de Toledo "Testiculum Anticristi" ("pequeño testigo o cabecilla del Anticristo"), puesto que el arzobispo de Toledo -quizás por influencia del islam o por el pasado visigodo arriano- sostuvo en el Sínodo de Frankfurt y en el Concilio de Aquisgrán que Cristo era hijo de Dios no por naturaleza, sino por adopción.

Con la capital del reino ya asentada en Pravia, puede hablarse de que aquella Monarquía astur -que había nacido con Pelayo en Cánicas-, se consolidaba de manera segura en torno a un rey, un pueblo y una iglesia.

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