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En la despedida de Pablo Ardisana

La faceta política del poeta del valle de San Jorge

Conocí a Pablo Ardisana en 1975, y uno de mis primeros recuerdos es estar en el salón de su casa de Hontoria (con Juan Ardisana, Juan y Alberto Muñoz y Pepe Esteban) escuchando en la llamada "Radio Pirenaica" (que entonces emitía ya desde Bucarest y no desde Moscú, aunque no lo sabíamos) la noticia de los cinco fusilamientos ordenados por Franco, quien no acertó a despedirse de este mundo de una manera menos indigna. Creo que es significativo ese recuerdo, pues en mi trato con Pablo a lo largo de los años siempre tuvo cierta importancia la cuestión política, aunque no siempre fuéramos exactamente de la misma cuerda (lo fuimos al final, en la cuerda del desengaño). Él fue, al menos en los años del tardofranquismo y la Transición, un apóstol activo del socialismo, encarnado en aquellos años en la figura rampante de Felipe González, mientras que otros (como yo) apostábamos por opciones más arriscadas y extremas, que a la postre en nada quedaron. Pero las diferentes perspectivas políticas, y así era entonces, tenían poca relevancia a la hora de enfrentarse todos juntos a la dictadura, contra la que había una rara unidad en la que encajaban incluso algunos elementos del régimen, como Adolfo Suárez y sus satélites.

Pablo Ardisana colaboró en la organización del recital de Raimon en Ribadesella de julio de 1976, en plena Transición, cuando los fascistas campaban a sus anchas, y fue el autor del texto que un servidor leyó para presentar al cantante de Játiva ante las 4.000 personas que acudieron al acto. No es que yo no fuera capaz de escribir mi propio texto para la ocasión, pues atrevimiento (e inmadurez) no me faltaban, pero ya por entonces estaba Pablo en lo más alto del santoral de aquella revoltosa cuadrilla, y a él le correspondió la redacción del opúsculo. No conservo el papel, cosa rara en mí, que tiendo a la urraca, pero me acuerdo de que tras el merecido elogio del cantante (que tras el apoteósico recital de Madrid estaba en la cumbre de su carrera) y la inevitable llamada a la amnistía y la libertad (santo y seña de la oposición en toda España), el texto de Pablo Ardisana se centraba en pedir al público que tuviera la fiesta en paz, para que no se cumplieran los augurios de que aquello iba a acabar a palos con los antidisturbios, que se presentaron en Ribadesella con un despliegue nunca visto antes ni después. En el último párrafo hacía un símil de la situación (la española y la del propio concierto) con un partido de fútbol (Pablo siempre fue muy futbolero) y pedía, metafóricamente, que las faltas no se convirtieran en penaltis, barruntando quizás el torpe penalti del 23 de febrero de 1981, afortunadamente mal tirado por el equipo visitante.

La foto que ilustra esta columna es de julio de 1976, unos días antes del recital de Raimon en Ribadesella. Pablo tenía 36 años y mucha fe en el socialismo, que aún estaba por estrenarse. Un servidor trabajaba aquel verano en el bar de la Sociedad Cultural y Deportiva y a la vez formaba parte de la junta directiva. En aquel salón se centró el aparato organizativo del recital y por allí pasaba mucha gente, unos para intentar echar el anzuelo, como los dirigentes regionales del PCE, y otros para echar una mano, como los hermanos Ardisana. Todo es pasado en esta foto, desde el propio Pablo y su candor socialista, hasta mi pelo, mis alpargatas y mi torpe aliño indumentario, impropio de un camarero, por muy ocasional que fuera. Y qué decir del fumeque tras la barra, tirando de Celtas y de caja de cerillas, válgame Dios. No sé si en el periódico van a publicar esta foto tan poco edificante, ya veremos. Desde luego que la culpa no es de Alfonso Sampedro, su autor y aún amigo, tantos años después. El local, por cierto, también es pasado, pues hace años que se desmanteló como salón social y hoy es una vivienda convencional.

En los últimos años Pablo Ardisana me llamaba con cierta frecuencia, bien para comentarme algún escrito mío (qué buen lector era) o bien para comentar la última jugada (o jugarreta) de los políticos (y las políticas), a los (y a las) que fustigaba sin piedad. Y con todo merecimiento, que conste. Ni rastro quedaba en él de la fe socialista de aquellos tiempos, sino un amargo resquemor por considerarse estafado en sus creencias y expectativas. Se agarraba, como los supervivientes, a los maderos flotantes en el mar de las ideologías, a las amistades, a la literatura, al valle de San Jorge y a espiar el cortejo primaveral de los pájaros desde su ventana. Alguna vez me narró, en riguroso directo, las idas y venidas de un miruello enamorado, ajustada metáfora (pensaba yo) del propio poeta, tan proclive al amor romántico.

No hablaré aquí de sus poemarios, pues otros lo harán, ni de su parca obra en prosa, que me gusta aún más que la poética. En una de nuestras últimas conversaciones le hablé de mi poeta preferido, el primer Miguel Hernández, el anterior a 1934, el menos conocido, el poeta surrealista de "Perito en Lunas", anterior a la poesía social que escribió después, ya en olor de multitudes. En ese Hernández primerizo, libérrimo e incandescente, se encuentra para mi gusto el cénit de la poesía española de todos los tiempos. No exagero. Pablo se contagió y se entusiasmó con la idea de revisitar esa época del poeta, normalmente oscurecida por el brillo popular de la poesía hernandiana más conocida (y también excelente), pero no sé si tuvo tiempo ni siquiera de abrir el libro, pues pronto enfermó y ya no levantó cabeza hasta su fallecimiento.

Pablo, te pongo aquí un fragmento de la "Elegía al guardameta", dedicada a un portero del equipo de su pueblo, que falleció al golpearse la cabeza contra el poste en una estirada. Ya sé que de niño quisiste ser portero. O "sampedro", como escribe Miguel Hernández: "A Lolo, sampedro joven en la portería del cielo de Orihuela".

"Combinada la brisa en su envoltura

bien, y mejor chutada,

la esfera terrenal de su figura

¡cómo! fue interceptada

por lo pez y fugaz de tu estirada.

Te sorprendió el fotógrafo el momento

más bello de tu historia

deportiva, tumbándote en el viento

para evitar victoria,

y y un ventalle de palmas te aireó gloria.

Y te quedaste en la fotografía,

a un metro del alpiste,

con tu vida mejor en vilo, en vía

ya de tu muerte triste,

sin coger el balón que ya cogiste".

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