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Un indiano fuera de lo corriente

El llanisco Higinio Gutiérrez Peláez y su comprometido libro sobre la Guerra Civil

El pan, la piel y la sangre, la tempestad, el camarote, los abarrotes, la soledad y la nostalgia, los éxitos, el orgullo, las derrotas y la maleta al agua, todas esas secuencias de la epopeya indiana se hallan desparramadas, empapándolo todo, por los anales y la literatura de Llanes. Nada se puede entender aquí sin los indianos, cuya aportación a lo largo de los últimos tres siglos ha sido gigantesca, de incontables y variados registros, y va desde la realización de obra pública (traída de aguas, hospitales, escuelas, iglesias, casas de concejo, boleras, mejora de infraestructuras y desarrollo urbanístico, todo ello imposible de asumir por las empobrecidas administraciones locales, regionales o estatales de entonces), hasta la influencia en la gastronomía tradicional (ahí están los tortos y los huevos a la ranchera para refrendarlo).

Siempre se les vio como iconos del poder, con reloj de cadena y habano en los labios. Deslumbraban en verano con sus regresos y sus haigas, financiaban las fiestas, presidían las procesiones y sabían acuñar expresiones certeras y prácticas para entender las contradicciones del género humano (insuperable aquel sabio dicho, perfectamente preciso y aplicable a la clase política y, en general, a cualquier ridículo pollo tentado a sentirse poderoso, que advertía que "no hay cosa peor que un pendejo con iniciativa").

Ha habido indianos atraídos por la poesía y la narrativa (Ángel de la Moría y Andrés Peláez Cueto son dos ejemplos notables), pero hasta ahora nunca habíamos encontrado a ninguno que hubiera escrito desde la distancia un libro de análisis, observación y reflexión sobre el acontecer político de su país de origen. El único caso es, tal vez, el de Higinio Gutiérrez Peláez (Piedra, Llanes, 1871-México, 1970).

Este polifacético personaje, hecho a sí mismo, fue uno de los primeros presidentes que tuvo el Centro Asturiano de México, adonde había emigrado de rapaz. Tras trabajar de repartidor de leche puso en marcha un café (La Blanca) y un restaurante (El Fornos), llegó a crear la Banca Asturiana y fundó las escuelas mixtas de su pueblo, Piedra (inauguradas en 1911 con la presencia de Fermín Canella, que presidiría su junta rectora). Junto a otras personas, promovió por aquellos años un denominado Partido Independiente, que pretendía aglutinar a los indianos del concejo llanisco, y en 1919, bajo su mandato, el equipo representativo del Centro Asturiano empezó a volar muy alto en la primera división del fútbol mexicano.

Lo que más sorprende en él, no obstante, es el hecho de que en 1938, en pleno desgarro de la España fratricida, se le ocurrió escribir y publicar un comprometido ensayo sobre lo que estaba pasando al otro lado del mar. Lo tituló "El despertar de España" y está construido desde la rabia y la impotencia de un "humilde y modesto trabajador con cincuenta y seis años de radicar en México, donde murieron mis padres y nacieron mis hijos y mis nietos".

En ese trabajo le sirven de brújula los artículos sobre la marcha de la guerra que publicaba en "El Universal" el historiador mexicano Carlos Pereira, residente en Madrid. La visión de Gutiérrez Peláez es conservadora a todas luces y el tono, por momentos, deslenguado. A Margarita Nelken (diputada judeo-alemana, militante primero del PSOE y luego del PCE, y veraneante alguna vez en Vidiago) la llama "feminista por falta de marido"; a Manuel Azaña, "oficinista" y a Largo Caballero "albañil opulento". Deseoso de implicarse, pide cuentas a las altas instancias españolas por la tragedia, pero lo único que le llega desde España es el silencio y las imágenes de una carnicería. "Me he dirigido a los señores Niceto Alcalá Zamora, Manuel Azaña, Julián Besteiro, José María Gil Robles, Alejandro Lerroux, etc., etc., etc. Solamente tuve contestación a las cartas en las que los felicitaba, mas nunca he recibido ni acuse de recibo a las que contenían alguna crítica o intentaba hacerles ver sus errores, sus faltas o sus maldades", lamenta en su ensayo.

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