La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El puentón

Recuerdos de aquel 12 de junio de 1987

Tres décadas del trágico accidente en los lagos de Covadonga

Treinta años. Nada menos que tres décadas han transcurrido desde aquél trágico accidente en Sohornín, cerca del lago Enol, en la vertiente canguesa del parque nacional de los Picos de Europa, saldado con siete muertos -entre ellos el coordinador de Protección Civil del Principado de Asturias, Corsino Suárez- al estrellarse un helicóptero de la Ertzaina que estaba colaborando en la búsqueda del niño Germán Quintana. Además, coincidente con el inicio de las fiestas patronales de San Antonio de Padua, en la vieja capital del Reino de Asturias, pues, ese 12 de junio de 1987, era La Joguera, en el viejo robledal de Cangues d'Arriba.

Me vienen a la memoria infinidad de recuerdos. Estábamos a la espera, en los terrenos donde se asienta actualmente el pabellón polideportivo municipal Juan Antonio Vega Díaz, en Contranquil, en la urbe canguesa, de que retornase el helicóptero de sus tareas en los lagos de Covadonga. Había bastante expectación entre los jóvenes de la localidad, ya que ese el "campo base" del aparato en el transcurso del operativo desplegado por la zona. Mientras, arribó el Land Rover con varios expertos igualmente vascos- en el rastreo con perros especializados. No había novedades.

La llegada del helicóptero se hacía demorar. Nada presagiaba un fatal desenlace. Pero, en un instante, saltó lo impensable: "Hubo un accidente", me comentó Manolín Mori, tras escucharlo por una emisora. En ese instante, el Land Rover con los rastreadores puso rumbo de nuevo hacia Enol y La Ercina. No había móviles, ni redes sociales, tan sólo el teléfono fijo. Le pedí a un amigo, Román García Gonzalo, quien estaba a mí lado y regentaba entonces una sidrería en el barrio de La Morca que avisase a LNE de mi parte, pues, quien suscribe, se iba en lo primero que encontrase para arriba.

Tuve suerte, el primer coche que pasó -un bombero de Intriago, compañero de Instituto- me acercó a toda leche a los Lagos. Nada más llegar aún ardían los restos del aparato, entre la espesa niebla. Recuerdo a Ton Soto -varias veces ganador del Descenso Internacional del Sella- portando en camilla alguno de los cuerpos totalmente calcinados. Nervios, tensión y muchísima incertidumbre. Fue la primera vez en la que evité hacer fotos que podrían causar muchísimo más dolor a las familias de los fallecidos, con los cuerpos reposando en la angosta carretera a la espera de la llegada de la funeraria de rigor.

Observé a don Luis Álvarez Suárez, el párroco de Cangas, arrodillado delante del cuerpo de uno de los pilotos fallecidos, Juan Carlos González Carralero, conocido suyo, pues le había ayudado como monaguillo en El Pito (Cudillero). La noche previa, don Luis cenó con él y otros compañeros en Cangas de Onís. Incluso, en distendida tertulia, el propio párroco llegó a preguntarle si la niebla podría impedir la salida del helicóptero en la zona de los Lagos. "Me dijo que por la niebla nunca, pero que había muchas corrientes de aire por aquella zona", me contó hace poco tiempo el ahora capellán de la Fundación Beceña-González. Nada más tener constancia del accidente, a través de Toño Vega, el alcalde, ambos cogieron un taxi que les llevó de Cangas hasta el lugar del siniestro.

Entre tanta tensión, surge alguna que otra anécdota, como la del fotógrafo Nacho Orejas, quien me preguntó: "¿Cuántos rollos -de fotos- tienes?". Yo, únicamente, portaba el que contenía mi modesta máquina, por lo que había que evitar gastarlo sin ton ni son. Horas después, desde Oviedo, llegaban a la zona Javier Cuartas y mi llorado compañero de fatigas Jesús Farpón. Toda la maquinaria, con los consiguientes refuerzos, echó a andar. De allí para el Ayuntamiento de Cangas, con paso por la morgue del camposanto de Cangues d'Arriba.

Era La Joguera, quizás la noche más triste de la historia reciente de las fiestas patronales de San Antoniu, el Nuestru, en Cangas de Onís. Lo mismo, el día grande, 13 de junio de aquel año, donde la alegría quedaba, para muchos, en un segundo plano: habían perecido siete personas en los Lagos y se merecían un respeto, un duelo, un luto. Mucho ha llovido, nada más y nada menos que seis largos lustros. Atrás quedan, entre otras cosas, los buenos momentos vividos con gente de la talla de Antonio Campos, otrora teniente del SEREIM de Cangas de Onís. Eso sí, Germán Quintana nunca jamás apareció.

Compartir el artículo

stats