La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Auto sacramental en Celorio

Un espectáculo teatral del siglo XV, en el milenario del monasterio de San Salvador

Entre las paredes de la iglesia de Celorio, construidas para un viaje largo en el tiempo, como las de las pirámides de Egipto, se mueve como pez en el agua el párroco, Domingo González Álvarez (Cangas del Narcea, 1947). Con el temple del fogonero de un trasatlántico, este cura caldea sermones sin paja desde una vehemencia contenida y didáctica. Posee carisma y es capaz de mover Roma con Santiago para mantener en buen estado el colosal patrimonio histórico y artístico que custodia desde hace casi treinta años. Don Domingo, que tiene algo de cicerone de museo, es el principal impulsor de la celebración en 2017 de un cumpleaños extraordinario: los mil años del monasterio de San Salvador.

Celorio no es sólo un destino turístico de primer orden. En su litoral se distingue aún, por encima de las playas, una escenografía que empezó a tomar forma en el siglo XII, cuando los esposos don Alfonso Suárez y doña Cristilde fundaron el cenobio benedictino, que, además de cumplir una función religiosa, sería un centro de explotación y producción agraria, y actuaría como factor determinante de integración para la población campesina. El milenario del monasterio ha sido celebrado ahora por el Ayuntamiento llanisco con varios actos culturales. Hubo un ciclo de conciertos (góspel africano, orquestas sinfónicas y de cámara, dúos y solistas), conferencias de profesores de la Universidad de Oviedo ("Celorio en el contexto de la tierra de Aguilar", por Javier Fernández Conde, y "Arquitectura y arte medieval en torno a San Salvador", por Isabel Ruiz de la Peña) y una representación teatral dentro de la misma iglesia, debajo de cuyo suelo azulejado, como suele recordar don Domingo, permanecen restos de enterramientos de monjes.

La compañía "El Cuervo", que dirige Sergio Gayol, preparó para la ocasión, exprofeso, el "Diálogo entre el Amor y un viejo", un auto sacramental envuelto en una visualidad y una puesta en escena absolutamente fuera de lo habitual. (Desde luego, no todos los párrocos se habrían atrevido a esto). ¿Cuánto tiempo hacía que no se representaba aquí un auto sacramental? ¿Cuatrocientos años? ¿Trescientos, quizás? ? En todo caso siglos, porque estas obras de teatro religioso fueron prohibidas en 1765.

Cara al pasillo central, tres filas a cada lado, se colocaron los bancos al modo del Parlamento inglés, delimitando un espacio rectangular sobre el que se consiguió crear una sugerente atmósfera a base de efectos sincronizados de luces débiles y niebla artificial. Se patentizaba así la carga alegórica de los autos sacramentales, en su momento representados generalmente el día del Corpus en los templos o pórticos de las iglesias, y en los que se barajaban episodios bíblicos y líos de orden moral y teológico.

El "Diálogo", escrito por el judío converso toledano Rodrigo de Cota (1450-1504), a quien se atribuye la autoría de una parte de La Celestina, desarrolla un pulso dramático entre dos personajes: por un lado, el Amor, representado por una joven, y por otro, un anciano cansado de vivir. En ese cara a cara, la muchacha intentará, con un discurso engañoso, convencer al hombre de que no está acabado y de que aún hay tiempo para enamorarse. El viejo, que se sabe ya fuera de todo eso, intuye la trampa del Amor, esquiva en principio a la muchacha y se resiste a dejarse embaucar, pero acabará sucumbiendo a la seducción, sometido y burlado. Una controvertida dialéctica, la que urde Rodrigo de Cota sobre misterios y moralidades, que sigue hoy igual de vigente que hace mil años.

Compartir el artículo

stats