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Portavoz de la Plataforma de Usuarios del Hospital

A propósito del dolor

Una experiencia negativa en el Hospital Comarcal del Oriente de Asturias

Suena el despertador: ¡las seis de la mañana! Tengo que salir de la cama, sea como sea, con mi pierna dolorida, si quiero llegar a la hora prevista para la cita que, por fin, al cabo de muchos meses de sufrida espera, la "Unidad del Dolor" del HUCA se ha dignado acordarme. Se trata de un servicio especializado en aliviar, de la mejor manera posible, los dolores, especialmente crónicos, de los muchos pacientes que, como yo, sufrimos por múltiples deficiencias físicas.

Hace un día desagradable. Está lloviendo. Sopla un viento frío. Anormal para un mes de julio. Nuestro coche se desliza por la calzada de la autovía Santander-Oviedo, sin ninguna dificultad. A estas horas de la mañana, es demasiado pronto para que nos topemos con atascos. Pocos son, en efecto, los coches que circulan en las dos direcciones. El nuestro, mejor dicho, el de mis vecinos, que tan generosamente se han ofrecido a llevarme al HUCA, ha cogido ya su rumbo de crucero, con la cautela y serenidad que caracterizan a su conductor, procurando evitar los baches y trozos de carretera mal asfaltados. Se lo agradezco de todo corazón, porque siento menos los dolores que, latentes y lacerantes, llevo soportando, desde hace meses, en mi pierna derecha, dolores que nacen en la cadera y se extienden hasta los dedos del pie. Y no puedo dejar de pensar en todos aquellos usuarios del Hospital del Oriente, sobre todo en las personas mayores, que, como yo, con el sufrimiento en el cuerpo y la angustia en el alma, se ven en la obligación de apañárselas, un día sí y otro también, para recorrer más de cien kilómetros, a altas horas de la mañana, y poder llegar a tiempo, sí o sí, a la cita que tienen, ya sea en el HUCA, ya sea en Jarrio o en Cabueñes.

Son las nueve en punto. Sentado frente a la pequeña pantalla, suspendida en lo alto de la pared de enfrente, observo, con atención, los códigos que van deslizándose, esperando, con ansiedad, la aparición del que tengo en la mano. Mi acompañante, de pie, a mi lado, dándome un golpecito en el hombro, me advierte de que acaba de salir mi código: el "ZHD-2, sala 70"? Como puedo, y con su ayuda, me levanto y nos dirigimos hasta la sala 70, situada al final de un interminable pasillo. Parte del personal nos está ya esperando. Entrego el papel de la cita, acompañado de otro documento en el que pone con grandes letras: para una "radiofrecuencia". La doctora lo lee y, sin que se le mueva una sola pestaña, me lo devuelve, diciéndome que no pueden realizar la "radiofrecuencia" prevista en la cita, que su propio servicio me ha enviado cuatro meses antes, porque no disponen, actualmente, de la "máquina" ad hoc? ¡Yo creo que, si me hubiera fulminado un rayo, en ese mismo instante, no me hubiera hecho tanto daño como sus palabras! ¿Cómo qué no tienen la "máquina"? ¡Ah! ¿Qué sólo pueden utilizarla, tres días a la semana? Entonces, ¿Por qué diablos no me han llamado uno de esos días? ¡Ah! ¿Qué la dichosa "máquina" está en "pana"? Entonces, ¿por qué no me han avisado, a su debido tiempo, para no tener que desplazarme inútilmente, de tan lejos, sufriendo a altas horas de la mañana, y molestando a mis vecinos? ¡Tantos meses esperando, en vano, para que, el mismo día de la cita tan deseada tenga que volver a casa con los mismos dolores con los que he llegado, por culpa de una mala organización! Dada la situación dramática en la que nos encontrábamos, para mí lo era, como para calmar mis airados sentimientos, deciden hacerme una nueva y pequeña infiltración, en puesto y lugar de la "radiofrecuencia" volatilizada? A sabiendas de que este pequeño pinchazo no logrará aliviar mis dolores, pues ya he sufrido la experiencia fallida de otro similar, acepto a regañadientes. Efectivamente, sólo la "radiofrecuencia" podría aliviar, sensiblemente, mis dolores, durante unos cuantos meses. La feliz experiencia la disfruté, hace poco más de un año, cuando tuve la suerte de caer en manos de un especialista, venido de Madrid, que me realizó la operación, rodeado de un enjambre de médicos, mostrándoles lo que hacía a través de una gran pantalla. Al terminar, me dijo que sentiría un alivio general durante unos ocho meses. Así fue. Y a los dos días, me sentí capaz, no de bailar un pericote, pero una sardana, sí. (¡No me lo mal interpreten, por favor?!).

Son las dos. Ya estamos en casa. Sigo arrastrando mi pierna, tan dolorida como antes de ir al HUCA. ¿Qué otra solución me queda? ¿La de escribir, quizá, una carta a don Amancio Ortega, suplicándole que tenga, de nuevo, la bondad de regalar un par de esas "maquinitas" al Hospital Universitario Central de Oviedo, ya que tan prestigioso y cacareado Hospital se ve en la incapacidad, sin duda por una mala gestión, de equipar convenientemente estos modestos, pero imprescindibles servicios, destinados a mejorar la calidad de vida de numerosos pacientes? De paso, ¡qué por pedir no falte!, ¿La de rogar, también, en ella, a tan noble y generoso Mecenas que nos traiga unos pocos profesionales para cubrir las plazas vacantes y completar los puestos que tanta falta hacen en la mayoría de las especialidades existentes en el Hospital del Oriente, antes de que todo su actual sistema sanitario estalle, dada su frágil financiación y desastrosa organización??

Con la salud de la gente no se juega. Con su dolor tampoco.

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