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Tino Pertierra

Un cine capital que Oviedo necesita como el comer

Una propuesta municipal importante si se concreta en un plan de actuación ambicioso y continuado que involucre a toda la ciudad

Alguien dijo que el cine es una industria que a veces produce arte. Hollywood lo tiene muy claro y por cada película de interés artístico nos bombardea con títulos que sólo pretenden (legítimamente) salir a la caza de las palomitas, cuanto más saladas mejor para que se consuman más refrescos aguados. Esa maquinaria implacable que inunda las salas, y en la que se mezclan obras comerciales de indudable interés con basura filmada, ha aplastado los intereses de aquellos amantes del cine que no ven el cine como un respetable y necesario pasatiempo, sino que tienen en cuenta su valor como arte (el séptimo, recordemos), es decir, como terreno donde tiene cabida la experimentación, la denuncia, la radicalidad formal, la radiografía sin planos calientes de las enfermedades de la sociedad, la búsqueda, en fin, de públicos siempre minoritarios que quieren que desde la pantalla les planteen desafíos y no sólo espectáculos que, en la mayoría de los casos, comparten con las palomitas su condición de consumir y tirar. Un cine que, además, exige como derecho irrenunciable que se proyecte en versión original subtitulada cuando no se trate de cine hablado en español.

Por supuesto, también en ese cine hay bodrios, algunos de tamaño considerable, pero incluso en su mediocridad son interesantes porque provocan un debate entre los aficionados que siempre es estimulante y necesario.

Oviedo malvive sin salas céntricas y está, al igual que otras muchas ciudades de provincias, al margen de ese cine. No por gusto, claro, porque no me cabe la menor duda de que hay suficiente público (estamos en una ciudad universitaria donde se lee por encima de la media nacional) como para hacer posible la proyección de películas de reciente estreno (no la misma semana que en Madrid y Barcelona porque las copias de ese mal llamado cine de arte y ensayo son limitadas, pero sí en los meses siguientes), y alrededor de las cuales se cocine un caldo de cultivo que enriquezca el guiso cinéfilo (mesas redondas, conferencias, ciclos, concursos, homenajes, participación de los estudiantes...), y que tenga muy presentes a las redes sociales y los medios de comunicación como altavoces. Y sin dar de lado a la recuperación de clásicos que nunca hemos podido ver en pantalla grande y con las voces auténticas de sus intérpretes, o a la proyección de episodios de series que por calidad no tienen nada que envidiar al cine. En fin, las posibilidades son enormes porque enormes son las carencias que padecemos.

Si el sector privado no lo ve rentable (por descontado, no se permitiría comer ni beber y los precios deben ser muy asequibles), la intervención municipal es imprescindible. Pero esa intervención no puede quedarse en ceder unas grandes instalaciones (demasiado grandes, quizá, para la demanda, que salvo casos muy concretos no será la misma de un Mad Max) y una simple declaración de buenas intenciones, actividad en la que los políticos son expertos, y limitarse a lanzar vaguedades con el difuso y confuso escudo del "cine en versión original". No puede reducirse ese planteamiento de rescate cultural a organizar unos ciclos al año y sanseacabó. Para que una idea así crezca y se desarrolle involucrando a toda una ciudad (y, por contagio, a toda una región) hay que trazar un plan de actuación ambicioso para todo el año que siembre la semilla de un cine que, cuando es bueno, sirve para agitar conciencias y quiebra inconsciencias. Un cine necesario.

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