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Crítica / Música

A ojos cerrados

Como inicio del concierto se ofreció la obertura de la zarzuela "Jasón o La conquista del Vellocino" -perdidas sus partes vocales-, del compositor Gaetano (Caetano, Cayetano) Brunetti (c. 1744-1798), de origen italiano pero español en cuanto al desarrollo de su producción musical, ya que ocupó un espacio prominente en la vida musical madrileña de la segunda mitad del siglo XVIII.

Con la segunda obra y la presencia de la mezzo Zanda McMaster como solista, se penetró de lleno en la opulencia sinfónico vocal con la interpretación de "Il tramonto" (El ocaso), para mezzo y orquesta de cuerda (o cuarteto de cuerda) sobre textos de Shelley, del compositor italiano Ottorino Respighi (1879-1936). "Poemetto" -como él mismo denominó a esta suerte de breve cantata o canción sinfónica- bellísimo en su intimismo declinante, excelentemente tratado en el cuidado del texto, que Zandra McMaster supo perfilar con extraordinario gusto más allá de la perfecta prosodia, en la recreación misma de una intimidad aromatizada. Si resulta más transparente con un cuarteto de cuerda, en la versión de orquesta de cuerda -sin contrabajos- aumenta el impacto la parte instrumental.

En la segunda parte, Oviedo Filarmonía y Marzio Conti interpretaron la Sinfonía nº 4 "Italiana" (1833) en La mayor, op. 90 de Felix Mendelssohn (1809-1847), de copiosa inspiración y rutilantes motivos, también con espacio para la calidez como en el Andante con moto -especialmente bien empastados los vientos- y sobre todo para el brillo orquestal. Muchos de sus pasajes están plenamente interiorizados entre los músicos sinfónicos; algunos de ellos son incluso de obligada preparación para pruebas de orquesta.

La acústica más transparente -casi podría decirse más "clásica"- del teatro Filarmónica favoreció la labor directorial de Conti sobre el control en cuanto a dinámica y planos sonoros se refiere (algo por lo menos un poco más peliagudo de equilibrar sobre la marcha en el caso de la peculiar acústica del Auditorio). En general, el trabajo de la orquesta fue más que notable, sobresaliente. Por ejemplo, en el Saltarello: Presto final.

Una vez más hay que referirse a lo que parece una inercia negligente a la hora de elaborar los programas de mano, aunque no lleve notas al programa, y precisamente por ello. Como se ve, tampoco es tan difícil incluir información sobre la fecha de nacimiento y muerte de los compositores, incluir la traducción del título de una obra que está en italiano y, de nuevo -ya sucedió en el programa anterior-, prescindir de los movimientos de la sinfonía que se va a interpretar.

Como dije en esa ocasión, que la mayoría de los, en este caso aproximadamente 450, asistentes al concierto aplaudan después del primer movimiento, es bueno porque indica que se recibe a un público nuevo; que lo hagan porque no se facilite información esencial en el programa -en Oviedo a estas alturas-, evidentemente no. No obstante, en la hora justa de reloj que duró el concierto, hubo mucho espacio -una hora de música no es exactamente una hora de reloj- para el deleite; incluso casi a ojos cerrados.

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