El 22 de agosto de 2015, encontrándome en Salamanca, en una charla con don Ezequiel, me dijo: "Déjame tu móvil, necesito hacer una llamada". Me extrañó tal petición en ese ambiente de silencio y puntualidad propio de don Ezequiel cuando se encuentra recogido realizando ejercicios espirituales. Y al momento me dice: "Llama tú a este teléfono. Vamos a felicitar a don Gabino porque hoy se cumplen 50 años de su nombramiento como obispo". Tal vez haya sido la primera llamada que don Gabino haya recibido para felicitarle: la del padre espiritual del Seminario y la de un cura secularizado. Para algunos quizás haya parecido extraño, pero ha sido real. Es la tesis y la antítesis. Don Gabino es querido y respetado por todos los sacerdotes; por los que están en activo y por quienes hayan dejado, por el motivo que sea, no el sacerdocio, pero sí el ejercicio del mismo.

En nombre de estos últimos, entre los que me incluyo, quiero dirigirme a don Gabino. Antes, con su permiso, quiero aclarar unos conceptos que él sabe muy bien, pues no en vano es doctor en teología, pero que muchos lectores pueden tener poco claros.

El sacerdocio es un sacramento de la Iglesia que imprime carácter. Esto quiere decir que nunca se borra, que nunca se pierde: "Semel sacerdos, semper sacerdos", una vez ordenado sacerdote siempre se es sacerdote. Esto dice la Sagrada Escritura. Y también nos dice: "Tu eres sacerdote para siempre, según el Orden de Melquisedec". A razón de esto hay dos puntos o cuestiones que vienen al caso: el celibato sacerdotal y la tan cacareada secularización de los curas, solamente en la Iglesia de Occidente o Roma. En la Iglesia de Oriente los sacerdotes sí se pueden casar. Estas son para mí los principales motivos de la crisis vocacional y la falta de sacerdotes. Gran parte, por no decir la totalidad de los sacerdotes, se han secularizado por el problema del celibato. El mismo Señor Jesús dijo: "No todos pueden con eso" (Mateo 19, 12). Y San Pablo nos dice: "Melior es nubere quam uri" (mejor casarse que abrazarse). El celibato es una simple ley de la Iglesia.

Al dirigirme a don Gabino quiero expresarle mi afecto, mi cariño y mi agradecimiento. Soy testigo personal no de todos, porque no lo sé, pero si de muchos sacerdotes secularizados que, como yo, han encontrado en él un padre, un amigo y en muchos casos un verdadero protector. De eso sí que puedo dar fe.

Cuando Sócrates fue sometido a proceso para su condena, le ordenaron que manifestara la pena que él creía merecer. Sócrates contestó irónicamente que debía ser mantenido a expensas del Estado durante el tiempo que le quedara de vida, en compensación por los servicios prestados a sus ciudadanos. Esto le ocurrió al filósofo griego y ya ha llovido.

Muchos sacerdotes secularizados, que han trabajado en la diócesis en labores pastorales durante gran parte de su vida, quedan desprotegidos por la jerarquía eclesiástica y por los superiores que han tenido. Cuando yo daba clase en el Seminario de derecho canónico, me sucedió un caso muy peculiar. En cierta ocasión, hablando de la vida del sacerdote, yo les dije que mi consejo era que antes de ordenarse deberían tener un título civil o una profesión, ya que podrían encontrarse en un futuro con una crisis o un serio problema en el que aconteciera aquella frase del evangelio: "Para trabajar no valgo y para mendigar me da vergüenza, ¿que haré?". Ellos aprobaron mi consejo, pero, ¿qué ocurrió? Pues que, al cabo de unos días, me llamó el rector del Seminario, don Manuel Gutiérrez, y me comunicó que le había llamado el canciller secretario del Arzobispado, don Francisco, "Paquín", que hoy día es cardenal, para que me llamara al orden. Ese era el pensamiento de cierta jerarquía.

Estos jerarcas, algunos conozco, se atienen más a las palabras de Pío XII. Cuando preguntaron a este Papa, en la Curia Romana, qué hacer con los sacerdotes secularizados, su respuesta fue "muy ¿evangélica?" al tiempo que tajante: "urantur", que se quemen. Usó la palabra evangélica porque está en la Sagrada Escritura. Ya la había utilizado San Pablo, pero de distinto manera, ya que este último aconsejó y aquel sentenció.

Don Gabino piensa y actúa de distinta manera que Pío XII y se encuentra más bien en la línea de Sócrates. Él ha seguido ayudando en la medida que le ha sido posible. No es mi caso, como señalaré después, pero se que él ha estado al lado de muchos curas que resultaban "incómodos" y siempre encontraron en él, no sólo ayuda, sino también mucha comprensión.

Quiero ahora narrar resumidamente mi vida con don Gabino. La historia comienza en Covadonga. El día que llegó yo estaba allí. Por aquel entonces yo era canónigo doctoral del Real Sitio. Don Gabino entró en la Archidiócesis por Covadonga. Allí, en la Santa Cueva, celebró misa por primera vez. Yo trabajé con él prácticamente todo el tiempo hasta los 37 años. Cuando don Vicente Enrique Tarancón vino del Concilio me nombró director del Centro de Orientación Vocacional. Recorrí toda la diócesis. Fui también capellán de la Universidad, impartí clases de derecho en el Seminario y la Normal de Magisterio y formé parte del Tribunal para la Nulidad de los Casos Matrimoniales. La última vez que fui a visitarle y llevarle el libro que acabo de publicar, don Gabino me dijo que había trabajado mucho en la diócesis. Y es verdad, siempre trabajé a jornada completa.

Con frecuencia iba a visitarle, recibir sus sugerencias y consejos pastorales. En cierta ocasión en la que me encontraba hundido, se lo comenté y me aconsejó hacer un mes de ejercicios espirituales. Ante mi negativa me dijo que él iba a hacer una semana en el Seminario con un obispo amigo suyo y que les acompañara. Acepté y allí pensé y repensé en mi vida y en mi futuro. Cuando al final me preguntó cómo me encontraba yo le respondí: "Don Gabino, alea jacta est", con lo que quise decir "voy por otro camino". Llegado el tiempo, él y quién por entonces era su obispo auxiliar, don Elías, lo tramitaron todo y en unos meses más o menos yo era persona libre. Estudié magisterio, aprobé las oposiciones con el número tres. Esto ya ocurrió en julio del año siguiente y el 7 de diciembre me casé. Tengo un hijo que fue lo que dio sentido a mi vida. Cierto día, cuando venía de clase, me encontré con don Gabino y le invité a mi casa. Estuvo allí, en mi casa, cogió a mi hijo en brazos y eso constituyó para mí una alegría inmensa. Siempre le digo a Jesusín, mi hijo, que había estado en los brazos de don Gabino. Mis relaciones con él han sido frecuentes en todos estos años. Hace unos dos meses que fui a la Casa Sacerdotal a visitarlo.

El día del 50 aniversario de su consagración episcopal acudí a la Catedral. Al terminar la santa misa yo me encontraba en la esquina del banco y al pasar él a mi lado me emocioné e instintivamente le llamé: "¡Don Gabino!" Y él me dijo: "¡Jesús!". Don Gabino ha sido para mí, no sólo un amigo, sino un verdadero padre y estoy seguro de que ha sido con todos igual. En los 33 años que sirvió como arzobispo en Asturias hemos sido muchos los sacerdotes que nos hemos secularizado y nadie se ha quejado, que yo sepa, del comportamiento de don Gabino.

Recuerdo una manifestación en la que el Grupo Socialista reprochaba el comportamiento de la Iglesia y Antonio Trevín, que era uno de los organizadores, dijo en voz muy alta: "¡Don Gabino, esto no va por usted!" ¡Qué hermoso es amar a nuestros semejantes y dejarse amar! Solamente vale la fe que actúa mediante el amor.

Gracias, don Gabino, en mi nombre y en el de todos los sacerdotes secularizados. Somos conscientes de que su comportamiento con nosotros le ha perjudicado ante la alta jerarquía de la Iglesia. Alguien puede pensar que su caridad se limitaba a los suyos. Nada más extraño. Hay que pensar en los encerrados en la catedral, las huelgas de los obreros en la Iglesia de San José de Gijón, en los Mensajeros de la Paz y tantos casos que yo podría recordar al lector. Don Gabino, al contrario de Pío XII, en todo momento estuvo al lado de los sacerdotes secularizados. A muchos de ellos nombrándoles profesores de religión y a algunos pagándoles incluso reconocimientos médicos y medicinas cuando su situación quedaba ya fuera del Régimen General de la Seguridad Social.

En la sociedad civil, cuando un obrero abandona una empresa, con cualquier categoría y en relación con el tiempo trabajado, la empresa tiene que retribuir a dicho obrero. Esto es ley. Es lo que la legislación obliga a todas las instituciones e incluso debe incluir a la Iglesia, pero ¿que ocurre con el sacerdote secularizado? Dejando aparte la macabra postura de Pío XII y de los jerarcas que con él comulgaban y comulgan, muchos sacerdotes secularizados quedan desprotegidos por los que un día fueron sus superiores jerárquicos. Aquí quiero y debo ser sincero: nunca pedí indemnización a la Iglesia por los años trabajados y los servicios prestados.

En mi primer curso en Valdediós, mis padres tuvieron que pagar 1.800 pesetas. A partir de entonces, siempre estudié con becas, incluso también en Salamanca, en la licenciatura y en el curso de doctorado. Así y todo, reconozco que debo mucho a la Iglesia. Y cuando hablo de la Iglesia quiero referirme a su jerarquía, pues la Iglesia ya habría desaparecido si su vida dependiera de la existencia de una jerarquía. Estoy convencido de que la Iglesia es divina y pervive a pesar de los ministros que ha tenido (papas, obispos y clero en general). Nos basta con leer detenidamente en relación a la vida de los 265 papas.

Cuando yo me secularicé e inicié mi vida "civil", tuve como norma "lo comido por lo servido", en relación a lo económico con la Iglesia. Ella me facilitó una formación y yo le presté mis servicios. Ahora que estoy jubilado he publicado un libro relativo a las "Principales religiones del Mundo y el Vademecum de la Religión Cristiana", advirtiendo de que el beneficio que pueda obtenerse será destinado a Cáritas. Me "repatea" la postura de la Iglesia con los curas secularizados y estoy convencido de que esta situación cambiaría si todos los papas fueran como Francisco, todos los obispos como el arzobispo don Gabino y todos los sacerdotes como don Ezequiel y don Jesús Porfirio.

Felicidades don Gabino en el aniversario de su consagración episcopal. Y que la Santina de Covadonga le siga protegiendo y bendiciendo por partida doble: como Madre en el Cielo y como la Madre en la Tierra, que tanto usted como yo no pudimos disfrutar de su compañía. Estoy seguro que ambos estuvimos y estamos protegidos por ella, la suya y la mía.