Bordando garzas" es el título insólito y poético de un libro que podría haberse titulado perfectamente "Crónica familiar", ya que se trata de a crónica de una comarca y de una familia, o, si se prefiere, de una familiar enraizada en una comarca. Es un libro lírico con páginas muy hermosas, en el que es mejor lo que se cuenta qué cómo se cuenta. La propia autora, Casilda Ríu, anuncia en la contraportada que se trata de su "primera novela" y se le nota: el libro no está bien escrito, hay indecisión en el uso de los tiempos verbales y a veces indefinición entre el empleo del femenino y del masculino como voz narradora; pero estos detalles de carácter digamos técnico no tienen mayormente importancia si la historia es buena, y en esta ocasión es una historia muy buena, con páginas que rezuman poesía y nostalgia. A fin de cuentas, ya ven ustedes que Vargas Llosa no es un buen escritor, y, no obstante llevó a su huerto a Isabel Preysler. Cosas de la vida, y a quien Dios de la dé, San Pedro se la bendiga. Pero pese a sus éxitos mundanos y a su reconocimiento literario, Vargas Llosa no pasa de ser un escritor pulcro que hace faenas aseadas, por permitirme una comparación taurina, y que con el tiempo no será más recordado por su prosa amorfa que en la actualidad lo está quien más se le parece, Gonzalo Torrente Ballester, escritor ya fallecido como escritor y como persona, y que, como Vargas, era fervoroso del poder.

La prosa de Casilda Ríu no es buena por falta de construcción, pero a diferencia de la de dos escritores que he citado, es una prosa viva, con menos pretensiones que hallazgos, y con algunos destellos emocionantes: "Sus ojos dulces aprendían sin remedio a mirar a su hijo en la lejanía"; descripciones escuetas y efectivas por su sencillez; "Aquellos dos inviernos vinieron durísimos con terribles temporales cargados de nieve que llegaba a cubrirlo todo. Un viento gélido endurecía después la masa blanca para dejar colgados tremendos y perdurables carámbanos en todas las sombras". No falta tampoco la imagen vaudevillesca como de representación cómica: "Mientras en Rusia subía el poder del comunismo, nuestro Rey volaba en dirigible a la vista de todos los ciudadanos".

Porque "Bordando garzas", a pesar de su tono poético y evocador, es también un libro con la historia como telón de fondo. Así relata el atentado contra el Rey de España el día de su boda: "Cuando el carruaje de los monarcas y todo su séquito llegaba al número 88 de la calle Mayor, tiraron un ramo de rosas blancas desde enfrente del balcón de una pensión. El ramo escondía una bomba de hierro que al llegar a tierra explotó. Aquel entusiasmo por acercarse se volvió de repente espanto entre el público, que huyó despavorido. Los monarcas salieron ilesos pero allí fallecieron oficiales, soldados del séquito y algunos de los asomados en el primer piso, en total 28 muertos y más de cien heridos. Pasado el enorme caos que produjo, pronto se supo que el asesino se había escapado. Fue un anarquista, llamado Mateo Morral, apoyado por un periódico enemigo acérrimo de la monarquía. Alguien lo reconoció por Castilla y fue capturado en uno de sus ventorrillos".

No cabe contar con mayor sencillez un sucesos de grandes proporciones. Don Pío Baroja, que narra el mismo episodio en su novela "La dama errante", hubiera aprobado la manera como Casilda Ríu lo cuenta.

No estoy muy de acuerdo con ella cuando califica a "Bordando garzas", que es más bien una evocación lírica, como novela. Bien es cierto que la novela es según la atinada definición de Edward Morgan Foster, un relato de ficción en prosa de cierta extensión. En el libro de Casilda Ríu hay episodios diversos, multitud de personajes pertenecientes la mayoría de ellos a la misma familia, cambios de escenarios -Oviedo, Madrid, Meres, Nava, Infiesto- y, como ya se ha dicho la historia de comienzos del siglo XX, en muchas ocasiones violenta y trágica, como marco. Todos ellos son elementos que constituyen una novela. Pero también, sobre todo, se trata de un libro de recuerdos, y casi en ningún momento la autora establece elemental distancia entre ella y el lector, hasta el punto que la autora se mezcla con los personajes del libro. En consecuencia estamos ante un libro de recuerdos, ante una "crónica personal". La propia autora interrumpe el relato para situarse ella misma como narradora: "Me está costando arrancar con las palabras que sinteticen aquellos años prometedores que al ir realizándose cumplieron como pudieron sus cometidos soñados. Como una pincelada, fina o cargada, que nada más echarla se vuelve otra cosa, intentaré de esa forma, ya superado el divino tesoro de la juventud, ir contándoles algunos evocadores sucesos y sentimientos, entretejidos con lo que vivíamos aquellos primeros años del siglo, probablemente como tantos, pero el mío". La frase está sin terminar, seguramente por exceso de concisión, pero esta claro lo que dice. La narradora, que en este caso es la autora, pertenece a una familia patricia, en un momento de cierto optimismo social de carácter reformista. La familia era muy partidaria de Canalejas: su asesinato, mirando el escaparate de una librería de la Puerta del Sol, significó una gran pérdida para España. ¿Imaginan a un político de este tiempo que se detenga ante el escaparate de una librería? Entre los personajes implicados en el relato, y que pertenecen a la pequeña historia familiar y local de diversas localidades del centro de Asturias, aparece don Juan Uría Ríu en su juventud, ilustre medievalista más tarde y a quien, pro las mismas fechas en que lo sitúa Casilda Ríu, lo encuentra Mario Roso de Luna en "El tesoro de los lagos de Somiedo", escalando montañas, silbando como los pájaros y cómo ser misterioso procedente de la Naturaleza, como un chamán. El don Juan que yo conocí, más de medio siglo más tarde, conservaba poco de chamán, de haberlo sido en alguna ocasión, porque el disparatado Roso de Rosa veía una Asturias real como absoluta irrealidad mágica, pero seguía silbando muy bien.

"Bordando garzas" es, además de la "crónica familiar novelada", un libro sobre el paso del tiempo. Oviedo se modernizaba y llegaban tristes despedidas. En Infiesto, durante una jornada electoral en la que intervenía un Uría, se produjo un tiroteo con saldo de varios muertos. La "aldea perdida" desaparecía de acuerdo con la previsión de don César de las Matas de Arbín: no llegaba el progreso, sino la barbarie. Pero quedaba el aroma de la infancia que no se extingue nunca: "Por las mañanas, el sol del corredor caliente de madera al este, abría el desayuno a la libertad fresca de la tierra, los árboles y las ondas sugerentes de prados en verde iluminados. Pasado San Juan llegábamos. Era cuando los aldeanos andaban a la hierba, recogiendo la hierba recién segada, la que habían segado, volteado y hecho montones que llamaban 'cucaxos', para que se curara y valiera para alimentar en invierno al ganado, que era de vacas de leche sobre todo". El gozo del comienzo del verano, el verdor luminoso de los prados, el olor de la hierba recién segada, son algunos de los atractivos de este libro escrito con pasión y nostalgia, recorrido pro una suave tristeza melancólica.