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La mar de Oviedo

Babia

Los asturianos, desde antes del rey Silo, solemos estar en Babia a la primera de cambio, gozando de nuestro particular ensueño: a la caza del rebeco con fabes, de la perdiz escabechada y la liebre del piornal con patatinas; a por Russulas, Cantharellus, perrechicos, hay quien coge lepiotas; de vinos frescos, en casa de Amalia, en San Félix de Arce, que además ofrece embutidos, al Moriscal, en Huergas, que propina sopas de ajo, al Piorno, en San Emiliano, a por pan y galletas de seta en el horno de leña de Alonso, en Riolago; o vamos de aguas a las fuentes del Sil, al lago Chao, al río Luna, a Torrestío; a abrazar tejos, robles, pinos, acacias, tamarindos, besar las Saxifragas, retratar las Ubiñas, los Fontanes, el Rosapero y los Picos Blancos y hacernos selfies con los osos. En fin, disculpad esta excursión, nótese que pasé el domingo en Babia, curándome de los insufribles guardias de tráfico de Oviedo.

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