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Crítica / Música

Las Termópilas de Beethoven

Cuenta la tradición historiográfica clásica que el rey de Esparta, Leonidas, hizo sucumbir durante tres días el poderío militar del gran Imperio Persa de Jerjes, con tenacidad, inteligencia, un mínimo de recursos y aprovechando el medio natural de la orografía escarpada de las Termópilas.

Nadie duda que la mala interpretación de una partitura puede desfigurar la creatividad de un compositor, pero también es indiscutible que una buena versión acentúa, aún más, la genialidad inherente a la obra, así como la excelencia de su creador, dándose con esto la contradicción -propia de las artes escénicas- de que el autor sucumba y quede eclipsado por el ingenio del intérprete que da vida a su creación a la vez que ésta se enriquece y en ella se reconoce el talento del compositor.

Esto es lo que pudimos comprobar en la apertura de la temporada de Conciertos del Auditorio, en la que el genio de L. V. Beethoven a través de su "Concierto para violín en re mayor" y la "Sinfonía nº 3 en mi bemol mayor, Eroica", encontró sus Termópilas ante la intuición y sutileza de Leonidas Kavakos. Al frente de la Orquesta de Cámara de Europa, el violinista griego realizó un trabajo minucioso mediante un mínimo de recursos utilizados con astucia y talento, un trato de íntima complicidad con la orquesta y aprovechando al máximo las particularidades de la obra de Beethoven.

Dirigiendo la orquesta o, más en concreto, integrado como un miembro más, la versión que L. Kavakos ofreció del "Concierto para violín en re mayor" convirtió esta partitura, ya de por sí llena de optimismo y luminosidad, en una experiencia irrepetible, salvo tal vez por su propia mano. La sonoridad de su violín, virtuoso en la técnica y en la expresividad, estableció un diálogo alejado de enunciados grandilocuentes. A diferencia de lo habitual en otras versiones, el contraste se consiguió a base de un crecimiento inverso de las dinámicas, acentuando un "pianísimo" en el que el heleno creó efectos de arrebatadora belleza. A su vez, el tratamiento de las intervenciones de las secciones orquestales a modo de solistas - conmovedor el diálogo establecido entre fagot y violín en el "larghetto"-, confirió a la obra un carácter mucho más trasparente que contribuyó a enfatizar la riqueza del desarrollo motívico característico de Beethoven. La Orquesta de Cámara de Europa pareció una proyección del propio violinista, cuya capacidad para conseguir sonoridades penetrantes en el "piano", una articulación minuciosa que dota a cada nota de personalidad propia y el manejo del lenguaje contrapuntístico, quedó más que patente en la gran "cadenza" del "Allegro ma non troppo" o en la "Gavotte e rondeau" de la "Partita nº 3" de J.S. Bach, que ofreció como propina.

Esta conjunción entre talento, precisión y respeto por la partitura original de Beethoven, solo pudo conducir, en la segunda parte, a encumbrar las páginas de la "Sinfonía Eroica", que vieron cómo la tenacidad de director y orquesta han contribuido una vez más a su inmortalidad, rejuveneciéndola ante los oídos de un auditorio exigente que sabe reconocer son sus aplausos y bravos el trabajo bien hecho. El desarrollo del "Allegro con brío" resultó diáfano y lleno de frescura. La "Marcia fúnebre: adagio assai" adquirió un carácter galante y reflexivo bajo la batuta de Leonidas Kavakos. El "Scherzo: Allegro vivace" inusualmente definido en la sección de cuerdas y el "Finale: Allegro molto" exquisitamente preciso en los pasajes contrapuntísticos.

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