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La mar de Oviedo

Malinterpretar

Bajaba Azucena por Altamirano, después de comprar en Verdú un helado de cucurucho, y se le acercó un amigo de la Facultad. "-Hola, Azucena. -Hola, Jaime. -Quería pedirte una cosa pero no quisiera que me malinterpretaras. -Dime. -Es un asunto delicado y lamentaría una mala interpretación por tu parte. -Descuida, Jaime, dime lo que sea, ¿somos amigos, no? -Sí, Azucena, aunque ya sabes, interpretar, según Heidegger, es el desarrollo del comprender. -Di lo que tengas que decirme -lamía ella su helado de nata-, procuraré interpretarte y comprenderte. -Espero que sí, pero pienso en lo que nos decía el de Civil, que siempre nos batimos en la trinchera de las interpretaciones. -Estoy segura de que sabré interpretarte, ¿qué quieres? -¿Me das una chupada? -Por supuesto, toma", le ofreció el helado; entonces exclamó Jaime, dándose tortas: "¡Lo sabía!, ¡sabía que ibas a malinterpretarme!".

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