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La ciudad y los días

El error de inventar el pasado

Los dramáticos años treinta merecen más respeto que celebración tras la puesta en marcha por el tripartito de la ruta de la Revolución del 34

Después del cerco y el asedio en la Guerra Civil, tras la liberación de Oviedo, fueron instalados por toda la ciudad unos enormes paneles de varios metros de altura para señalar las últimas posiciones de los atacantes y de los defensores. Unos, con la leyenda "Ellos" ante un panorama de ruinas, presentaban una figura espectral de color rojo en actitud hostil; los otros, en azul, mostraban bajo el rótulo "Nosotros", un combatiente sonriente y juvenil sobre el relajante horizonte de la cordillera. Lógica representación cartelística, muy propia de la época, en manos de los vencedores, uno de los cuales sería alcalde de Oviedo veinte años después, padre a su vez de otro futuro regidor de muy distinta significación política. Podrá gustar o no según la ideología particular de cada cual, pero la expresividad de las imágenes y la señalada proximidad de las trincheras de ambos bandos causaban escalofríos.

No digamos para nuestros mayores que habían padecido poco antes los horrores de la Revolución de Octubre contra la República, cuyo recuerdo con enfoque partidista se incluye ahora entre nosotros formando parte de un itinerante programa festivo.

Todo aquel horror de los años 30, revolución y guerra, es una antigua historia y ya no quedan muchos que lo puedan contar. Muertes por millares, destrozos increíbles, sufrimientos, crueldades, injusticias, arbitrariedades sin medida con gravísimas consecuencias de ruina y precariedad para muchos años más.

Pero esas grandes heridas habían quedado ya archivadas en la historia, sobre todo por la inteligente actitud de todas las tendencias políticas en la Transición. Era otro mundo. Fue el llamado consenso, a veces expreso y otras tácito, lo que permitió hacer borrón y cuenta nueva de aquellos conflictos de nuestros antepasados y arbitrar la serena convivencia en un régimen de libertades y democracia que, lamentablemente, trataría de romper el zapaterismo posterior y ha conseguido en parte.

Lo que de algún modo puede explicar la tensión actual de la vida política. Preámbulo éste, tal vez un poco largo, para subrayar la falta de vigencia de unos supuestos sociales, económicos y políticos que tienen muy poco que ver con nuestra actualidad, pero que algunos muestran interés en resucitar con un artificioso clima de crispación y una interpretación sesgada, partidista y poco histórica que trata de modificar el pasado a su gusto.

No es útil esa actitud, traída algunas veces por los pelos y teñida de ambiciones personales o viejos resquemores, cuando no una falta de información sobre los acontecimientos y sus protagonistas, que ya nos son ajenos por su distancia temporal.

Es, por ejemplo, esa especie de ruta ovetense de la Revolución a que he aludido, un panegírico sesgado de una gran tragedia colectiva que merece más respeto que celebración. Y menos aún reinterpretada a medida de una opción ideológica.

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