La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El psicólogo

La extraña relación que algunas personas establecen con sus mascotas

Amenazaba llover y aquella mujer de media edad delgada y ni alta ni baja avanzaba por Cabo Noval en dirección a Santa Cruz. Vestía de entretiempo, traje sastre negro, y me llamó la atención su pantalón perfectamente planchado. Hacía tiempo que no veía una raya tan perfilada. Caminaba tiesa, con el pelo subiendo y bajando al ritmo de sus pasos nerviosos. De la mano, sujeto por una correa, llevaba un caniche, tan coqueto como ella.

El perrín vestía anorak rojo de una marca deportiva conocida -ignoro cómo se llama esa prenda en el mundo del prêt à porter canino- y un gorrín de lana del mismo color. Caminaba igual que la dueña.

Viraron por Principado abajo. De Suárez de La Riva salió un perro mil leches que casi no podía andar de gordo y que se acercó curioso al caniche. Tras él venía una anciana con dos bolsas de la compra a la que le costaba tanto trabajo respirar como al perro.

-Paco, ven acá, deja a la perrina- dijo la anciana entre bofe y bofe.

Pero la caniche pizpireta no le hizo feos al tal Paco e intentó acercarse, acción que su dueña le impidió con prontitud subiéndoselo al cuello y amonestándola. Descubrí que se llamaba Lulú, y que a su ama le desagradaba que olisquease a perros desconocidos. La perrina de gorro de lana roja a juego quería saltar de los brazos de su educadora y entablar amistad con el otro can, a pesar de ser un mestizo. Observé también que la caniche sabía castellano, pues esa era la lengua con la que el ama le recordaba los cimientos de la educación y la virtud. La perra callaba.

Una vez alejado el peligro de intercambio de mimos, o de algo más profundo, entre la elegante y pura Lulú y el desastrado y cruzado Paco, la caniche fue depositada de nuevo en el suelo. Confieso que había comenzado a interesarme aquella perra historia.

La señora aseñorada y su caniche de anorak rojo se sentaron en una terraza de Fruela. No lo dudé e hice lo mismo dos mesas más allá. Observé a la dama: ruinuca, con gafas, más fea que guapa, aunque debo de reconocer que tenía cierto estilo. Pidió un café, una media luna, por lo que deduje que era carbayona de solera -son los únicos que resisten con el nombre tradicional, el resto dice "cruasán", sepan o no de donde viene-, y un pincho de pechuga de pollo a la plancha.

Vi que el pincho -sin pan- era para Lulú.

El ama reprendió a la perrina. No se comía de forma apresurada, tragando como si fuese lo último que fuese a hacer en su vida. Los alimentos se deben ingerir educadamente, pues en caso contrario no seremos gentes civilizadas sino trogloditas, y eso ella no se lo iba a permitir. Devoraba como una loba y andaba detrás de otros perros como una cualquiera, y no escuchaba. Que no soñase con comer un moscovita aquella tarde; se estaba portando fatal. Estaba castigada. Definitivamente, si no se refinaba un poco más la llevaría al psicólogo de la clínica veterinaria.

Anorak de marca, gorrín de lana, abstinencia, pincho de pechuga a la plancha, moscovitas, conversación en castellano, psicólogo. Y afuera el mundo hecho unos zorros. Me apeteció facilitarle a aquella mujer el teléfono de un amigo de peña que es psicólogo? de humanos.

Hay perros que no tienen suerte con su persona de compañía.

Compartir el artículo

stats