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Párroco de la Tenderina

Iglesia y Estado laico

El papel de la institución religiosa en la sociedad actual

Nos está tocando vivir un confusionismo interesado en la interpretación del carácter laico y aconfesional del Estado. La defensa y desarrollo de un Estado laico no debe llevar a una postura "laicista".

La condición de un Estado laico lleva a una autonomía de la esfera civil y eclesiástica desde el respeto y la colaboración. Esta autonomía de poderes nunca es renuncia de la defensa de los valores morales que la Iglesia defiende y la realización de los principios evangélicos.

En varios foros de opinión, para defender estas posturas laicistas, se caricaturiza y ridiculiza a la Iglesia, presentando modelos decimonónicos y obsoletos, pero sin ver la tarea y realizaciones concretas de humanización, de transformación social y de solidaridad que tienen como sujetos a la Iglesia a tantos cristianos: curas, religiosos o laicos, comprometidos en la causa de los más pobres, donde nadie quiere mancharse, o donde sólo son invisibles sociales, porque no cuentan ni para los poderes públicos.

Se pretende mostrar una Iglesia anacrónica, desfasada, alejada de la realidad... para luego justificar ese arrinconamiento de la Iglesia, como un trasto viejo en las sacristías, en los museos o en alguna procesión o manifestación artística. Para la crítica de la financiación de la Iglesia se ponen argumentos simples, como si fuera un dinero para los curas, pero se olvida la ingente gratuidad de tantas personas creyentes que se entregan en el servicio a los ancianos solos y olvidados, a los transeúntes o los que padecen prisión, a los que sufren problemas de drogas o enfermedades, etcétera. Y todo eso lo hace la Iglesia en todos los lugares del mundo: desde los pueblos del Tercer Mundo más empobrecidos hasta las aldeas remotas de las montañas más despobladas y envejecidas, o en los grandes barrios urbanos, metidos en la espesura de chavales en riesgo, familias con problemas, inmigrantes...

La pérdida de la tensión social de la Iglesia puede llevar a percepciones falsas del papel de la institución. Es necesario recuperar la dimensión social de la fe, que fue objetivo y tarea de algún plan pastoral de nuestra Iglesia en Asturias. Hoy más que hace años se necesita una Iglesia que no se refugie en las sacristías, que no presente una imagen social sólo en ritos. La Iglesia debe ganarse a pulso esa presencia social por un compromiso transformador y acciones significativas que provoquen a la sociedad acomodada, que sean anuncio y profecía de un nuevo modo de vivir y relacionarse; dice el Papa Francisco que es la hora de mostrar "la alegría del Evangelio".

Es el momento del testimonio de todos los cristianos. Es la hora del estímulo para una Iglesia más evangélica y profética. Es la hora del Plan Pastoral Diocesano "la ciudad se llenó de alegría", que tiene en sus líneas de acción una hoja de ruta, certera en el análisis de un Sínodo Diocesano y audaz en sus propuestas.

La cruz que nos toca llevar debe cargarse con esperanza, a ejemplo y modelo de Jesucristo; sabiendo que la Iglesia en los momentos de tribulación se crece. Le hace bien porque la purifica de seguridades puestas en las cosas de este mundo y la libera de la tentación de buscar apoyos en los poderes políticos o económicos. Debe ser obvio para la Iglesia que no se puede poner la confianza en los que rigen los pueblos y las naciones ni en sus prebendas. Esta situación actual debe llevar a la Iglesia a una mayor autenticidad, poniendo la confianza sólo en Dios.

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