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Al norte del paralelo 43

El tanatorio

Conversaciones sobre un extraño fallecimiento

El autobús de TUA, impecable, se detuvo en la parada de Colloto y abrió sus puertas a la vez que emitía algo parecido a un suspiro, como si el descanso de unos segundos le viniese bien para retomar el resuello y seguir cansinamente hacia Oviedo.

Al otro lado del pasillo, en el asiento gemelo al ocupado por mí, se sentó una chica. Entre veinte y veinticinco años; no sé medir muy bien, uso a mi hija de metro patrón. Tenía melena larga y amplia, y su faldina de cuadros apenas cubría unas piernas muy bien torneadas. No recuerdo más de su atuendo. Me pareció muy guapa, aunque esto no quiere decir nada porque hace tiempo que alcancé esa edad en la que se confunde juventud con belleza. Al poco sacó del bolso el móvil, y se puso a teclear con los dos pulgares con la velocidad de una mecanógrafa.

Busqué un libro en mi bolsa y me puse a leer. En Cerdeño le sonó el móvil. Atendió la llamada. Hablaba en un tono medio-alto y se escuchaba perfectamente la conversación. La otra parte se llamaba Lisi -posiblemente Elisa, pues era una mujer-.

-Sí, sí, ya lo sé, estaba comiendo y me llamó Marta. Aunque lo esperes, hija? sí. O sea que te animaste a subir al tanatorio? yo no puedo, es algo que me supera, me ahogo en ese ambiente, además no sé qué decir? me quedo cortadísima, es tremendo. Y encima una muerte así?

La conversación no me dejaba leer, pero parecía que el asunto prometía. En El Recreo ya sabía que se trataba de un accidente idiota, volviendo para casa la madrugada del viernes quince días atrás, el finado -del que no pillé el nombre- resbaló y cayó de espaldas golpeando la cabeza contra un bordillo. De allí para la uvi, en coma.

-Vaya susto, guapa. Así, de repente. Le puede pasar a cualquiera, pero jo? ¿Cómo estará Isa?... La verdad que menudo papelón para ella, la había dejado en casa y ya ves, él volvió a Manuel Pedregal, a seguir de ronda. Sí, por si caía algo, boba. Siempre hay alguna para subir al Naranco. La verdad es que somos tontas rematadas, Lisi. Lo de los hombres es tremendo. Son todos iguales; sí, sí, el cerebro entre las piernas. De lo que no hay. Fíjate la pobre Isa ahora, casi de viuda oficial y no puede meter los cuernos por la cristalera de Los Arenales, jajaja. Y al lado de la cuñadísima -menuda bruja- aguantando al personal, gente que no conoces de nada, besuqueada por medio Oviedo y todos preguntándote cómo estás y qué pasó, con cara de circunstancia cuando les importa un higo. No, que va, a mi no me pillan. Ni para dar el pésame ni para recibirlo. Cuando muera alguien de mi familia conmigo que no cuenten, eso sí que no. Mira, esas costumbres tenían que desaparecer. ¿Te mueres?, pues que te entierren, y a otra cosa ¿no es verdad? No, no, yo en el tanatorio de verdad que no puedo, Lisi, me da mucho corte. .. Sí, sí, claro que la muerte impresiona; eso también. Pero sobre todo mis principios. La gente va a lo que va. Nada. Ni mueeeerta subiré, jajaja.

En Uría la chica se enteró de que estaba en el tanatorio un tal Luis. Tras un grito, los comentarios de lo que se podía hacer con él son irreproducibles.

La chica se levantó y se acercó presurosa al conductor.

-Perdone, ¿dónde para la línea de San Esteban de Las Cruces?

(Los nombres son ficticios; lo demás les juro que no).

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