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El Otero

La tormentona de 1723

Sobre el rayo que dañó la torre de la Catedral en el siglo XVIII

Tal día como ayer, pero del año 1723, cayó una tormenta en Oviedo que debió ser, en dicho popular "de fundise los plomos". Hace por tanto, en cifra capicúa, 292 años del fenómeno que no debió ser tormenta como a la que cantaba George Brassens, a quien el buen tiempo disgustaba y el azul del cielo ponía furioso, pues el amor más grande que había tenido en la tierra se lo debía al mal tiempo. Ya se sabe: hay gente "pa to".

El caso es que los ovetenses del XVIII no debían estar tan encantados con aquella especie de ciclogénesis barroca; de ingrato recuerdo y por la que no sé si, como aquella tormenta que sufrió el héroe de la Eneida y los troyanos saliendo de Sicilia y por la que Venus se lamentaba, nos quejaríamos como la diosa al mismísimo Júpiter o al maestro armero, pero el caso es que, resignados o no, dejó su huella. Tal es así que hasta el mismo fray Benito Jerónimo Feijoo recogió el parte meteorológico en sus escritos, aliviado, incluso, del incumplimiento de funestos augurios que al personal tenía bastante preocupado.

Decía Feijoo: "En esta ciudad de Oviedo, inmediatamente a aquella furiosa borrasca del día 13 de diciembre del año 23, que no se olvidará jamás en este país por el estrago que hizo con un rayo en la hermosa torre de esta catedral, se esparció la voz de que un misionero vecino y conocido de todos, había profetizado para el día veinte otra tempestad mucho más horrenda y cuan nunca habían visto los mortales, lo cual fue tan creído que estaba dominada de un terror pánico toda la plebe. El misionero, que es ejemplar y discreto, no había dicho tal cosa: y el día señalado fue de los más apacibles y serenos que se han visto". Continuaba Feijoo detallando en su parte: "De orden del Ilustrísimo Cabildo fueron examinados los daños de la torre por un arquitecto, el cual los ha tasado en sesenta mil ducados, grande suma para que pueda esperarse, ni aun en muchos años, el reparo, porque los fondos de la fábrica de esta insigne iglesia son muy desiguales a tanto coste; las rentas de los capitulares están tan menoscabadas que necesitan manejarse con delicada economía para alcanzar a su docencia. Está puesta la confianza en el religiosísimo celo de nuestro amado monarca, a quien se ha recurrido".

Supongo que el Cabildo y pueblo en general, al contrario que el amigo Brassens que no dejaba el balcón prestando la máxima atención a cirros, cúmulos y estratos pues la menor nube gris le colmaba de placer, estarían un poco escamados y elevando plegarias para que la próxima tormenta descargara su furia en algún lejano paraje o, como mucho, en alguna ciudad vecina y ya puestos, previa petición de cuartos a quien se dignara a aflojar la bolsa y/o rascarse el bolso, a clamar a Santa Bárbara bendita que en el cielo estás escrita con papel y agua bendita. Santa Bárbara doncella, líbranos de la centella. En el ara de la cruz, pater noster, amén. Que, ya se sabe, por lo general, por estos lares somos mucho de acordarnos de Santa Bárbara sólo cuando truena...

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