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Javier Cuervo

Farpón por miles

En septiembre de 1983 Farpón tenía 24 años y yo 22. Farpón pesaba 110 kilos; yo, 49. Como pareja profesional hicimos decenas de reportajes. De la pareja artística que formábamos nos reíamos los primeros con esta simulación: yo le insultaba gravemente y le levantaba la mano y él se achicaba pidiendo "perdón, perdón, perdón". Comimos juntos decenas de veces -el más, más rápido y más caliente- pero reímos por igual porque no existía entonces hijo de puta capaz de amargarnos la felicidad del paquí pallá del periodismo y el jijijajá de sus entretiempos.

Jesús, Chus, Farpón, Farpy, Braulión, Farps podía ser cafiante en tierra pero era un compañero de viaje encantador. Hicimos miles de kilómetros juntos y sé que cuando subías a su coche podías olvidarte de todo. Era una sucesión humana de aplicaciones: el TomTom, el piloto automático, el tripadvisor y un geo si alguien intentaba impedir el libre acceso a la información.

Coincidimos en "Región" pero nos conocimos en la delegación de LA NUEVA ESPAÑA de Gijón, donde gastamos el corto cupo de mosqueos de nuestra vida y nos dimos una indulgencia plenaria mutua para superar nuestras infinitas, naturales e involuntarias diferencias, que dibujaban el estampado de un tejido sentimental que resultó irrompible pese a los muchos lavados de la vida.

Nos llevábamos dos años y un día pero eso no fue una condena sino el motivo para compartir algunas fiestas de cumpleaños, con sus copas y sus besos de papo, ese privilegio de los gordos. Lloramos por nuestros muertos, nos felicitamos por nuestros hijos y compartimos confidencias (el compartió más, porque yo soy más discreto). Por supuesto que el tiempo separó nuestras cotidianidades pero en cada reencuentro retomábamos el tono y la estrofa de la misma canción.

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