En algunas ciudades españolas vuelve a cambiar los rótulos de las calles, como si los nuevos munícipes acabaran de ganar la guerra que perdieron sus abuelos hace ochenta años. De manera que, de seguir a este paso, habrá que volver a poner cines en el centro de la ciudad para que los ciudadanos puedan guiarse.

Pues es sabido que los ciudadanos le prestan poca atención a los nombres de las calles y si los forasteros preguntan por ellos es porque no saben dónde están los lugares a los que se dirigen, por lo que era un buen recurso informar que la calle por la que el forastero preguntaba era la del cine "Ayala" o estaba paralela a la del cine "Principado", y gracias a ello las ciudades no tendrían el aspecto triste y sombrío que tienen ahora, porque los cines, con sus entradas iluminadas y los anuncios coloristas de las películas que proyectan, animaban muchísimo.

El proyecto municipal de cambiar el nombre de la plaza de la Gesta por el de Nelson Mandela tiene mucho de desatino. Si alguien en Oviedo pregunta por la plaza Nelson Mandela producirá gran perplejidad en el informante. Ese nombre no dice nada a la mayoría de los ovetenses. Por lo menos, la calle Karl Marx define con claridad una tendencia ideológica y la Pasionaria fue diputada por Asturias.

Pero Mandela no significa nada, a pesar del glamour hollywoodense y de los premios Nobel concedidos a él y a la Madre Teresa de Calcuta (una especie de Padre Ángel, que fue amiga de lady Di). En cambio, la Plaza de la Gesta se ha convertido en una costumbre. Todo el mundo sabe dónde queda pero nadie sabe a qué se refiere su rótulo: ¿a los Tercios de Flandes? ¿Al vuelo transatlántico de Franco, Ruiz de Alda y Rada? ¿a la conquista del Naranjo de Bulnes? ¿a la pasada guerra civil?

Parecen ignorar los nuevos munícipes que el callejero de una ciudad es la constancia de su historia y no de sus cambios políticos. El callejero no debe utilizarse como instrumento para exaltar a los partidarios y simpatizantes o como arreglos de cuentas con los enemigos, porque entonces, en un país imprevisible como España, cambiar los rótulos de las calles sería el cuento de nunca acabar.

Si ganan los azules, dan las calles a los suyos; si ganan los rojos, quitan los nombres anteriores y ponen los de sus héroes, sus afines o, sencillamente, de personajes que tal vez pertenecerían a su bando. Para evitar el cambio de rótulo cada vez que éste o aquel gana unas elecciones municipales más valdría que las calles tuvieran nombres de pájaros, de árboles, de piedras, de crustáceos, de ríos, de puertos de mar y montaña, de nubes y de vientos. Aunque tal vez resulte "políticamente incorrecto" recordar que después de la guerra civil de 1936-1939 no se alteraron los callejeros, en el sentido de que las calles y plazas que llevaban los nombres de políticos liberales del siglo XIX como Argüelles, Riego, Mendizábal, Posada Herrera, mantuvieron sus rótulos. Con esto no insinúo que en el Oviedo de 1937 no se hayan tomado represalias de carácter político, parecido al de borrar nombres de las calles, contra personajes históricos o ausentes, pues un munícipe feroz y disparatado se propuso ni más ni menos que borrar el nombre de Indalecio Prieto no del callejero, sino del registro civil, proponiendo la destrucción de los datos oficiales que acreditaban su nacimiento en Oviedo y, para que nada faltara, hasta la fe de bautismo, a lo que se negó el párroco de San Isidoro. En todas partes cuecen "fabes", como se dice, pero es forzoso reconocer que cuanto más radical es el gobernante o la coalición gobernante, más se ocupan de minucias.

En Madrid eliminaron el nombre de Vázquez de Mella para poner el de un concejal llamado Zerolo. Esto es sonrojante, porque Vázquez de Mella fue un gran jurista, un gran orador, un gran parlamentario y un demócrata a pesar de su tradicionalismo, pues pretendía que los carlistas que encendieron tres guerras civiles a lo largo del siglo XIX, se expresaran en el Parlamento y no, como decía don Pío Baroja, encasquetándose la cresta roja, agarrando el fusil después de confesar y comulgar, y bajando al llano. Otros cambios del callejero llevados a cabo también en Madrid son asimismo grotescos: a Enrique Jardiel Poncela, uno de los mejores comediógrafos españoles de toda época, tal vez se le tuvo en cuenta que hubiera definido a la segunda república como un régimen que era una democracia, sino una memocracia. A Pedro Muñiz Seca, no contentos con haberle fusilado en Paracuellos de Jarama, ahora le quitan la calle. En fin, son casos tristes, sin sentido ni justificación, ya que quien da nombre a una calle algún mérito tendrá para ello, y que solo revelan esa valoración de la política según un chusco que consiste en "quítate tú para que me ponga yo", y, sobre todo, demuestra que algunos ayuntamientos tienen bien poco que hacer, salvo cultivar su revanchismo.

Pero aparte de la innecesaria carga política que supone cambiar el nombre de la Plaza de la Gesta por el de la Plaza de Nelson Mandela, calculo que la medida va a resultar más bien innecesaria, pues seguirán existiendo el grupo escolar de la Gesta, el aparcamiento de la Gesta y hasta la iglesia de San Francisco en la Plaza de Gesta. Si queremos ir a la antigua Hidroeléctrica del Cantábrico habremos de ir a la Plaza de la Gesta, e igualmente al Auditorio. Pues de lo que deben darse cuenta los especialistas en ganar guerras perdidas cambiando los nombres de las calles, es que el cambio del nombre de una calle origina consecuencias muy complejas y, en general, molestas e incluso costosas para los vecinos. Quien tenga tarjetas de visitas, tendrá que cambiarlas, lo mismo que su dirección postal y comercial. Supongo que a ningún ovetense normal se le ocurre pensar en la guerra civil al tener que ir a la Plaza de la Gesta. En cambio, si tiene que ir a la Plaza de Nelson Mandela tal vez se pregunte si está en Oviedo o en otra ciudad.

Oviedo, ciudad liberal, y pro tanto, muy aferrada sus tradiciones, demuestra la inutilidad de los cambios de las denominaciones de calles y plazas por motivos de oportunismo político,

La Plaza de la Escandalera tuvo sucesivamente los nombres de 27 de mayo, General Ordóñez, República y Generalísimo. También se propusieron para ella los de Independencia, Junta General y Plaza de los Héroes Noval y Ordóñez. Todo perfectamente inútil. Aquella Plaza era la de La Escandalera, y continuó siendo la Escandalera a pesar de la monarquía, la dictadura de Primo de Rivera, la república, el franquismo y la democracia.

Lo mismo puede decirse del Paseo de los Álamos, que fue Paseo del Príncipe (Alfonso) con la monarquía, de Pablo Iglesias con la segunda república, de José Antonio con el régimen anterior y nunca dejó de ser el Paseo de los Álamos.

Escuchar los nombres de Plaza del Generalísimo y de Paseo de José Antonio sonaba rarísimo e incluso producía sorpresa, ya que aquellos nombres no se les daban ni en la prensa ni en la radio durante la dictadura de Franco.

Es más, decir Plaza del Generalísimo podía despistar, y hasta se daba el caso de ovetenses que preguntaban: ¿dónde queda eso? Oviedo es una ciudad muy antigua, con mucho sentido del humor y mucha retranca.

Aquí cambiaron muchas cosas y volvieron a quedar como estaban. No le auguro mucho futuro a Mandela.