En el río Nalón todo es prehistórico, es intrahistórico, discurriendo tras la llanura después de la gruta del castillo de San Juan de Priorio, con remotos recuerdos de la historia de la leyenda romancesca, flotando las aguas calladas del río, en su época el más salmonero de España.

Siguiéndolo se despeña entre peñascos cantando la civilización y nos encontramos a un labrador, curtido por el sol y él se pega a los pastos con la cría de su vaca, fundamento de nuestra civilización, a la que hay que defender. Las historias de lobos son muy significativas en esta zona. A la vaca hay que defenderla también de los lobos. En esta zona hay una casona y una pradería comunal que se reparten entre los vecinos. Iban también mujeres y niños y también el cura; los bueyes pastan cerca. Al otro lado del río se repliegan las montañas y esta silenciosa comunión en las pendientes laderas de la montaña aparecen las colmenas de abejas, con gran vegetación de frutos y flores de todo tipo. Aquí la tierra es hija del hombre, la tierra es su madre. Y observamos a las abejas se piensa que el hombre es el ser más rebelde y menos resignado de la creación, su avaricia unas veces, su ambición otras -nunca la serena razón-, le mueven a rebelarse contra todo y contra todos, pretendiendo en la locura de su egoísmo subvertir el mundo moral, trastornar el orden natural. Si fuera un titán haría trizas la creación. En cambio no hay un solo rebelde en la restante escala zoológica. Todos los seres de ella se resignan con la suerte a que les atan sus medios orgánicos. No hay una sola ave que quiera arrastrarse y dejar de cantar; un reptil que pretenda volar, un pez que aspire a ser bípedo, tan solo porque sabe que no puede serlo. La humilde y simpática resignación de todas las especies zoológicas contrasta con la rebeldía insaciable el hombre. En contraste con las solicitas abejas, que viven en su república elaborando la cera y la miel, sin soñar en un más allá no por falta de instinto de perfección de la especie, sino seguramente por acatamiento, instinto también, a la obra del creador. Elaboran la cera y la miel que les roba el hombre, indefectible y arteramente, para su industria y alimento; y sin embargo, del despojo periódico, continúan produciendo constantemente aquellos dos preciados productos de los cuales la abeja no se beneficia. ¡Conoce la historia un obrero, como este, que trabaje gratis para su patrono, sin el premio siquiera de la yanta diaria! ¡Conoce la experiencia un poeta que produzca poemas que solo beneficien al editor! Llega junio y cuando el hombre insaciable ha recogido la cera y la miel de las colmenas, discurre por los viejos cilindros de corcho, rinden poca miel aún, y es preciso substituirlos por las modernas colmenas, de las que recogerá miel en abundancia con beatifica comodidad y aseo, y la laboriosa abeja, humilde y resignada, inclinada al trabajo por naturaleza y a producir miel para el hombre le obedece dócilmente, dispuesta a producir cera y miel, para el invierno.

La abeja trabaja desde que nace hasta que muere para endulzar la vida del hombre. Son felices las abejas y nosotros observándolas detenidamente. Nada hay nuevo bajo el sol, pero cuántas cosas viejas hay que no conocemos.