La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Crítica

Serenidad para el 2016

El concierto de Año Nuevo en el Campoamor

La orquesta Oviedo Filarmonía abrió el 2016 con su habitual concierto de Año Nuevo, llenando al completo el aforo del Teatro Campoamor, en un día que combina somnolencia y resaca a partes iguales y en el que, junto a la vida familiar, se opta por salir al campo, ir al cine o asistir a un concierto.

Estas fechas en las que en todo el mundo se celebra el paso del año con "propósito de enmienda" sobre los errores cometidos en el que se deja atrás, y lleno de buenos deseos para el entrante, tienen algo de ritual inmutable que nos apega a nuestras seguridades y que cíclicamente nos invita a la renovación. Tal vez por ello, el programa musical del concierto de Año Nuevo, con la familia Strauss como protagonista, apenas ha variado desde 1939, año en el que el director Klemens Krauss eligió los valses y polkas de Strauss como respuesta identitaria y no carente de cierta nostalgia imperial, ante el "Anschluss" o unificación con la Alemania nazi el año anterior.

La idea de renovación y buenos propósitos parece haber guiado el concierto de este año, con un Marzio Conti exultante a la batuta, que no dudó en tomar la palabra para reflexionar sobre lo "humano y lo divino" e invitar a buscar un 2016 lleno de serenidad, en el que el diálogo y el trabajo en conjunto, a modo de "concertare" orquestal, deje atrás las divisiones y la demagogia del populismo que habla en nombre de una "mayoría inexistente". La música y el fruto del trabajo en equipo es su receta para el futuro. A la espera de los resultados, la Oviedo Filarmonía mostró lo mejor de sí misma en un ambiente relajado y festivo. Los "Bailables de Il gatopardo" de N. Rota, con los que dio comienzo la velada, aportaron frescor al programa y cedieron el protagonismo a la sección de cuerdas de la orquesta. Junto al piano, un oboe y una flauta, la cuerda ofreció un versión que entusiasmó al público, hasta el punto de ser interrumpido en varias ocasiones con aplausos espontáneos, por su carácter directo y evocador.

El "Can-can de Orfeo en los infiernos" de J. Offenbach fue la otra excepción a J. Strauss (hijo), ágil en su interpretación, destacando por su perfil bailable y "ligero", frente a otras versiones más densas o sinfónicas. Junto a los preceptivos "Vals del Emperador", "Polka Pizzicato", el vals "Sangre Vienesa" o el vals "El bello Danubio Azul" de J. Strauss (hijo), la Obertura de "El murciélago" y la "Künstler Quadrille", con sus citas musicales a óperas de la época, contribuyeron al éxito de la noche en la que no faltó la participación del público con las esperadas palmas de la Marcha Radetzky de J. Strauss (padre). Una velada llena de color a la que ayudó el juego de luces y el telón a la francesa del equipo técnico del Campoamor. Que los buenos propósitos y la serenidad deseada no se quede en aquella frase del siciliano Tomasi di Lampedusa en "El gatopardo": "es necesario que todo cambie para que todo siga igual".

Compartir el artículo

stats