Pasó la Navidad y ahora estamos lo más lejos que se puede estar dentro del año de la Navidad de 2016. Pero sigue ocupando espacio en ese extraordinario distribuidor de ideología que son los cortes publicitarios de la TV.

Eso, por no detenernos en la astracanada de la "Navidad laica" del Ayuntamiento de Madrid, que pretendiendo ser un experimento a lo grande de ingeniería social, se limitó a confundir la Navidad con el Carnaval y a volver a los tiempos de la revolución francesa, cuando cambiaban los nombres a los meses, entronizaban a la diosa Razón y organizaban una misa "laica" dicha por aquel inmenso cínico que era Talleyrand, a la sazón obispo de Autun, con el ancien règime", claro, y que tenía más inteligencia y mucho más sentido del humor que todos los "ingenieros sociales" del futuro: calculo que habrá oficiado aquella grotesca ceremonia conteniendo las carcajadas. Sin embargo, lo de sustituir a los Tres Reyes Magos de Oriente por tres rollizas demócratas que representaban a las Magas del Invierno bajo los epígraffes de "Liberté", "Egalité" et "Fraternité", habrá sido considerado por los munícipes laicos como una ocurrencia de arrasadora sustancia revolucionaria.

Y todo por no reconocer el título de reyes a los adoradores del pesebre de Belén, cuando San Mateo tampoco dice que fueran reyes ni que fueran tres: se limita a consignar que "vinieron unos magos de Oriente a Jerusalén" (Mateo, 2, 1). Lo de hacerlos reyes y darles los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar es posterior, y esto, sin duda, ni lo saben ni les interesa a los que confundieron la cabalgata, que es una ceremonia muy seria para un niño, con una carnavalada. La cabalgata carnavalesca, por lo demás, ha dado un tema de conversación a algunas tertulias televisivas hasta que se agotó. Lo que no se agotan son los aspectos comerciales de la Navidad. Está visto que los que se dedican a hacer negocios con todo están dispuestos a sacarles todo el jugo posible. Ya desde el mes anterior, la Navidad fue principal asunto publicitario de los grandes comercios y de las industrias alimentarias. Ahora les llega el turno a las industrias farmacéuticas, las cuales, y aunque ya ha llegado el tiempo de los catarros, no desaprovechan las grandes posibilidades publicitarias y morales de la Navidad como supuesta gran productora del "enigmático colesterol, que aconseja dietas magras y casi etéreas", según escribió Emilio Alarcos en el prólogo a "Comer y contar", libro colectivo patrocinado por los restaurantes Casa Conrado y La Goleta.

Así que la publicidad televisiva toma caminos bien definidos: el de combatir el colesterol y el aumento de peso surgidos de los "excesos navideños" y el de prevenir o combatir resfriados, catarros y gripes, lo que me parece más acorde con la época del año en la estamos y con los usos indumentarios modernos.

Pues si abril es el mes de las aguas mil, enero es lo es de los "catarros mil", y mucho más en esta época de gente de grande preparación deportiva y calefacción central. Pues la juventud, y muchos que no son tan jóvenes, salen a la calle en camiseta y las señoritas lo hacen poniéndose menos ropa que la que sus abuelas se ponían para irse a dormir. Los políticos profesionales han abolido el uso de la corbata como hace años era el colmo de la elegancia ir con chaqueta de frac y pantalones tejanos. Estos émulos del "beau" Brummell que coquetamente andan por ahí como si llevaran tres días sin afeitarse y con chaqueta pero sin corbata, no se dan cuenta de que la corbata no es una prenda de elegancia caduca y propia del burgués como antes lo eran la chistera y el cigarro habano, sino que cumple una función muy importante, que es la de proteger la garganta de los fríos invernales, más ahora que ya no se usa el "foulard".

Mas cada cual ande como quiera y cure sus catarros con al amplia gama de medicamentos en forma de jarabes o grageas, que ofrecen los espacios publicitarios. Ahora bien: una advertencia. Se suele decir que un catarro dura diez días si se va al médico y toma lo recetado, y si no se va al médico y se toma nada, dura también diez días. Esto es mentira. Un buen catarro puede durar un mes y dejar secuelas durante mucho más tiempo (se vaya al médico o no se vaya). Ya ahora ocupémonos de los excesos navideños ¿Realmente se cometen tantos excesos gastronómicos durante la Navidad o es un simple lugar común? Es cierto que se come algunos días fuera de lo habitual. Pero es no es suficiente para poner la salud en peligro.

Cada cual come según su capacidad estomacal. Bien es verdad que durante los días señalados se guisan viandas más apetitosas que las habituales, y más ahora, que la cocina casera es de usar y tirar, pero a lo sumo solo dos o tres días de los quince que dura el ciclo navideño.

Nochebuena, en el antiguo orden cristiano, era una celebración muy austera, ya que a esa vigilia correspondía la abstinencia con ayuno, lo que, evidentemente, no produce colesterol, y cuando se dejaron de observar aquellas cosas, los platos fundamentales de la cena eran de pescado.

El menú de la cena navideña asturiana se componía de sopa de almendras, besugo, ensalada de coliflor y compota, según las anotaciones de Francisco Trabanco, citadas por Elviro Martínez. En cuanto al besugo, se justifica porque sus mejores meses son diciembre y enero. En Cudillero reservaban el "curadillo" para esa cena tan señalada. Eso sí, se recargaba la dulcería a base de casadiellas, compota de sidra y castañas asadas, que con el tiempo, y de modo especial en ámbitos urbanos, fueron sustituidos con extraordinario éxito por los turrones en sus numerosas variantes, los mazapanes y la rajalmendra, todo ello de evidente procedencia Levantina.

La carne estaba ausente en Nochebuena hasta épocas muy recientes, cuando entró el pavo como una forma de colonización anglosajonizante, como el estúpido Halloween (estúpido por quienes lo consideran el colmo del laicismo cosmopolita) y Santa Claus, que no es una figura laica, como equivocadamente afirmaba un lector de este periódico, sino cristiana: es San Nicolás, aunque, en efecto, no va a adorar a nadie; pero distribuye regalos como los magos.

Nochevieja ya es otro cantar, como escribía Enrique García Rendueles, es un "jolgorio extracasero que por sus desmanes más vale no meneallo". En cuanto a la noche de Reyes, lo típico es el roscón. En la Navidad predominan los dulces sobre las grasas.

Y como ahora se regalan aparatos electrónicos, los niños no corren riesgo de colesterol, sino de desnutrición, ya que en lugar de comer pasan la comida manipulando sus cachivaches.

Las Navidades son fiestas nocturnas. Los días de Navidad, Año Nuevo y Reyes, la gente no sale de casa y la mayoría de los restaurantes están cerrados. Este Año Nuevo comí en el Asador de Abel, una sustanciosa sopa de marisco y unas deliciosas alcachofas con almejas, plato estrella de la casa. No creo que se trate de ningún exceso, ni que durante estos quince días pasados se hayan cometido, salvo en casos muy especializados, excesos que obliguen al transgresor a ir corriendo a la farmacia a comprar esos jarabes milagrosos que anuncia el marqués del Bosque o que ponen tan triste a Carlos Sobera cuando le dice a un amigo: "Oye, Fulano, tú tienes el colesterol alto", y el amigo no tiene la agilidad mental suficiente para responder: "¿Es usted médico?".