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Al norte del paralelo 43

La empresaria impresionada por Oviedo

La extrañeza de una visitante por la "mala venta" de los encantos de la capital

Me llamaron la atención sus pómulos eslavos y los ojos verdes. Tenía un nombre endemoniado y era propietaria de una importante marca europea de juegos infantiles, radicada como la mayoría en uno de los países bálticos. Jamás entenderé por qué nosotros no podemos alcanzar esos niveles de calidad. Su comercial me había comentado que ante una de sus visitas de trabajo a España, la mujer quería acercarse a la ciudad en la que tenía lugar la entrega de los Premios "Príncipe de Asturias" -aún no les habían cambiado el nombre-, y me pedía que durante su estancia en Oviedo yo les acompañase, lo que acepté murmurando para mi lo de "todo por la patria".

Nada más verla delante del hotel supe que era ella. Vestía de negro, tenía pecho de matrona. Alta, fuerte, de cara redondeada y pelo de leona castaño. Andaría por los cuarenta y tenía mucho atractivo -todas las mujeres de dinero lo poseen-. Vino de frente hacia mí, rápida, sonriente. Los besos de saludo fueron decididos. No esperó a ser presentada. Se veía que estaba acostumbrada a dirigir.

Ya conocía España, pero no Asturias. Desde el avión, el paisaje se parecía al de su país. Y además también teníamos mar. Le gustaba. Preparándose para el viaje había leído algo sobre nosotros. Solo tenía un día para la visita, el tiempo valía dinero, pidió ver lo más importante. La acerqué a la plaza de La Catedral.

-O sea que fue aquí donde existió un pequeño reino que se enfrentó con éxito a los poderosos árabes. Me gustan los pueblos luchadores. Bueno, ahora ya no son un reino, aunque sí un principado. Esa característica se puede aprovechar.

A ella le gustaban los países con rey, siempre que estuviese bajo la tutela del parlamento. La corona vendía mucho más que la república, atraía a los turistas y eso valía dinero. Dinamarca, Suecia y Noruega explotaban muy bien ese carácter. A nadie le interesaba quién era el presidente de Finlandia. Y costaba lo mismo que un rey. Y el dinero había que rentabilizarlo.

Le respondí que en España no todo el mundo opinaba igual en el tema de los reyes.

-Cada persona tiene derecho a pensar como quiera pero hay que saber aprovechar los recursos, todos.

Visto que le iba la marcha de los reinos, le mostré el panteón de los Reyes de Asturias, dentro de la Catedral. Me preguntó porqué no había visitantes en un lugar tan importante. Le confesé que la mayoría de los asturianos no lo habían visitado nunca ni sabían de su existencia. Me miró rara.

Nos acercamos al teatro Campoamor. Le pareció correcto el marco aunque no tan grandioso como se veía en la televisión.

Santa María del Naranco la deslumbró. Le comenté que aquel pequeño edificio había nacido como palacio real. Y por ello hoy es el más antiguo en pie de Europa. La tildó de una joya de mil años del tamaño de un edificio. No, no la iba a olvidar.

No dejó rincón por escrutar, no dio respiro. El Fontán, El Campo, el Museo de Bellas Artes, Foncalada?

Gascona fue todo un éxito. Le encantó la gente; allí había negocio. Vi que era capaz de beber el Nora.

A la mañana siguiente, justo antes de subir al taxi que la devolvería al aeropuerto, me dejó una última reflexión.

-Hay algo que no entiendo. Esta es una ciudad preciosa, capital de un principado europeo, con paz, y sabiendo vivir. Pero dígame, ¿por qué no la venden como deben? Si la tuviésemos en mi país sería famosa.

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