La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Saturnino

En memoria de Satur, el "maître" de Casa Conrado que parecía "un niño travieso" con su pajarita

Llevo escritas demasiadas necrológicas en lo que va de año, y todavía no acabó enero. Pero a los amigos hay que recordarlos, ya que, después de muertos, tienen la eternidad para el olvido.

Ahora ha muerto Saturnino, "Satur", el fenomenal "maître" del restaurante Casa Conrado de Oviedo, no diré inesperadamente, pero a destiempo, ya que todavía le quedaba mucho por vivir. A Saturnino le pasó lo que le suele suceder a mucha gente: se jubilan, se hacen las grandes ilusiones, se disponen a llevar a la práctica los proyectos de toda la vida, y una vez que tienen tiempo para ello, duran poco. Fue el caso del inolvidable Alfonso el de La Pérgola, que sobrevivió muy poco a su jubilación. Saturnino, a raíz de jubilarse, tuvo un accidente en una mano y a partir de entonces parece que no levantó cabeza. Cayó en el dominio de los médicos, que le fueron encontrando diferentes achaques. Era joven aún y tenía aspecto juvenil: con su traje negro, su impecable camisa blanca, su corbata de pajarita, parecía un niño travieso que disfrutaba sirviendo a los clientes ("a la distinguida clientela", según su léxico) los suculentos manjares elaborados por "Pichi" en la cocina de Casa Conrado. Era hombre de actividad incansable y se movía entre las mesas del comedor con tal destreza y a tal velocidad que yo creo que era capaz de hacer aquel recorrido, que habrá hecho más de un millón de veces durante su etapa laboral, con los ojos tapados por una servilleta y sin tropezar con una sola mesa. Tan solo Javi, el portentoso "pequeño gran hombre" del restaurante El Puente, a la entrada de Ciudad Naranco, le superaba en rapidez cuando era el "maître" del bar Cantábrico. Pues Javi era capaz de hacer varias cosas a la vez, de servir una mesa y de tomar el pedido de la de al lado.

A Saturnino la sonrisa nunca se le iba del rostro. Si le tocaba un cliente pelmazo en una mesa o en la barra, no dejaba de sonreír ni de asentir, porque era a la antigua, de la escuela de los que mantienen como principio básico que "el cliente siempre tiene la razón" y mientras el cliente daba la lata, él pensaba en otra cosa. Pero además de su paciencia, de su buen humor, lo que caracterizaba a Saturnino era su ingenio, su manera de elogiar los productos que servía, sus comparaciones, siempre eficaces y siempre sorprendentes. Si el cliente preguntaba si el pescado era fresco, Saturnino se apresuraba a contestar: "Esta mañana navegaba aún por las aguas de Cudillero", y si alguien averiguaba si la carne era tierna, Saturnino no se enfadaba, sino que contestaba como media sonrisa: "Como una mocina de quince años". Su elogio de un plato ahora muy de moda, el "pito de caleya", pero que se servía en Conrado desde tiempo inmemorial, describía la vida del "pitu golfo" hasta que entraba en la cazuela, "con los espolones gastados de andar buscándose el sustento por esas caleyas de Dios". Y su descripción del pote de Casa Conrado era clásica: "Hecho con los ingredientes de la alta montaña de Tineo, curados al aire y al sol". Cuando el cliente estudiaba la carta de vinos, daba lo mismo cuál fuera el que elegía, que Saturnino confirmaba: "Afortunada elección".

Durante muchos años, Saturnino derrochó humor y sentido del humor (que no son lo mismo). No solamente servía de manera impecable sino que lo sazonaba con su ingenio. Él y Pelayo formaban un dúo excepcional: Pelayo es serio y reflexivo. Que lo sea por muchos años.

Compartir el artículo

stats