La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Al norte del paralelo 43

Faro y su puesta de sol

Un paisaje espectacular junto al Oviedo urbano

LA NUEVA ESPAÑA llevaba unos cuantos días hablando de Faro. Que si solo quedaba un alfarero, que si allí se llevaba modelando el barro desde sabe Dios, que si el Ayuntamiento iba a ayudar para que aquel arte se mantuviese.

Una mañana de domingo metí en el morral dos bocadillos, unos plátanos y un botellín de agua y tiré hacia la parada del autobús, que salía cada hora de la Plaza de Primo de Rivera.

Iba casi vacío.

En Cerdeño la ciudad moría y se entraba en el Oviedo rural, con casas individuales aisladas: las nuevas feas, copiadas de la tele, las antiguas llenas de sabor, praderías, y alguna vaca pensativa.

El autobús subió cansino por La Cuesta El Pendín hacia Limanes, dejando a la izquierda la zona de grandes fortificaciones y refugios subterráneos de la guerra, que aún se conservan pero que como todo en Asturias nadie conoce.

Había parada delante de "Casa Telva", una tienda-bar en el bajo de la llamada Casa de Los Cañamones, nombre que revela que se dedicaban al cultivo del cáñamo -cannabis-, pero para obtener fibra vegetal para tejidos; cómo cambia el mundo. El autobús siguió subiendo.

Faro tenía más de sesenta alfares, pero la Fábrica de Loza de San Claudio le asestó el golpe mortal. El día era primaveral, aunque fuese diciembre, y todo ayudaba a caminar sin prisa hasta la cima de la Grandota. La carretera pasaba por delante de la casa de Selito, el último alfarero. Delante están los hornos, que se arroxaben con leña, como los del pan. El camino nació como pista militar en la Guerra Civil, para situar en la cima una batería de montaña desde la que disparar a Oviedo. Aún queda la gran trinchera, al lado del repetidor de Radio Asturias. Allí me senté a disfrutar de los bocadillos, que si el pan es bueno le dan mil vueltas a los sandwiches.

La Grandota es uno de los pocos lugares del concejo de Oviedo desde donde se ve la mar, el faro del Musel, y si el día es claro y la vista fina, los barcos entrando y saliendo del puerto. A mis espaldas la Cordillera Cantábrica marcaba el otro inicio de Asturias. El mar al norte, las montañas al sur, todo a tiro. El Principado no parecía la gran cosa; ¿cómo éramos tan grandones?

El café se tomó en Casa Krone, otro bar del pasado, y el único que queda abierto en Faro. Una pareja joven de caminantes bebían una cerveza afuera. Ella se metía por el chico con ganas de guerra, él le decía "quita".

Iba bien de tiempo. Decidí bajar caminando, y pude ver una puesta de sol salvaje sobre San Claudio. Conozco gente de Oviedo que se gastó sus buenos cuartos yendo al Círculo Polar a ver la dichosa aurora boreal. Llegué a Colloto. Pedí una de sidra. Entró sola. El autobús me dejó en García Conde. Hay días redondos.

A la mañana siguiente hablé en la oficina de lo guapo que era Faro, y que muchos asturianos nunca se habían acercado, aunque les sonase el tema de la cerámica. Un compañero me respondió que estaba de acuerdo, que la gente conocía las Seichelles, o Punta Cana, y desconocía lo cercano, por guapo que fuese. Aahh, Faro, él y su familia iban cada cierto tiempo y les encantaba? Era una escapada preciosa.

-Y ahora con la autopista de la Ruta de La Plata está chupao, aunque nosotros solemos dormir en Zafra para no darnos el palizón.

-¿Pero por donde vas tu a Faro?- pregunté.

Compartir el artículo

stats