La 2 de Televisión Española ha incluido en su programa "Imprescindibles", frecuentado por políticos y gente de la farándula, a alguien que realmente es imprescindible. Decía Pla que él había aprendido de Montaigne lo poco que sabía. Gustavo Bueno, a través de sus libros, a través de sus lecciones, a través de artículos en los periódicos y de intervenciones televisivas, a través, ahora, de la Fundación Gustavo Bueno, extendida por todo el mundo, ha procurado que la gente sepa algo y abandone supersticiones, tan enraizadas y peligrosas como las que combatió Feijoo.

El aliento de Gustavo Bueno es milenario e ilustrado. Le viene de Sócrates y de Feijoo. Ha escrito libros extensísimos, como Feijoo, pero sus recomendaciones sencillas y al alcance de todos, como las de Sócrates, que no escribió ningún libro. Por ejemplo: no se pueden mantener opiniones si no se apoyan en argumentos. En sus clases en la Universidad por la mañana y por la tarde en los seminarios a los que podían asistir cuantos quisiesen, fueran universitarios o no, más tarde como profesor emérito, después en una escalera de la Facultad cuando la imposición administrativa de la jubilación le envió a su casa, derrochando su sabiduría y su experiencia era un bien precioso.

En el curso sobre Historia de la Filosofía al que asistí como alumno de primero de carrera, no pasó de los presocráticos. A partir de ellos hizo un fascinante recorrido por toda la filosofía. Muchos no le entendían: no solo porque sus conceptos fueran difíciles y porque a veces tomaba carrerilla y ya no había manera de seguirle: sobre todo los que tomaban apuntes, en lugar de limitarse al placer de escuchar. Recordaba el Heráclito del poema de Saint-John Perse: le llamaban "el oscuro" pero sus palabras eran de Luz.

Don Gustavo nunca renunció a su "oscuridad académica" incluso en su fase de "filósofo mundano". El sindicalista "Triqui" recuerda la vez que bajó a una mina sin disfrazarse de minero, como hacen los demagogos, con gabardina y traje gris y les soltó una lección como podía haberla dado en la Universidad de Oviedo. Salió seguro de que aquellos mineros habían prestado mayor atención que sus propios alumnos. Por lo general, los mineros veían con desconfianza que señoritos de Oviedo fueran a hablarles de Hegel o de cine.

En cierta ocasión di una conferencia en El Entrego sobre novela española y habiendo citado a Martín Santos, varios de los presentes le habían conocido en la cárcel, se pusieron a contar historias de él y se acabó la conferencia.

Don Gustavo reconoce que no hubiera hecho gran cosa en su vida de no haber venido a Oviedo. Oviedo fue para él fundamental. En primer lugar, venía a continuar la lección de Feijoo. Azorín, en uno de sus libros, imagina cómo serían los escritores clásicos en el mundo moderno.

A Feijoo le ve como el colaborador de un periódico. Bueno dio un paso más adelante: llegó a la televisión y se convirtió en un personaje popular. Daba gusto verle discutir sin ceder el uso de la palabra, desmontando ideas comunes y las perversas supersticiones de la modernidad, aplicando el principio clásico de "pega pero escucha".

Muchos le reprocharon "por su bien" que todo un catedrático de Universidad fuera a perder el tiempo en programas de la "caja tonta", a lo que contestaba: "Durante el tiempo que perdí yo en la televisión, ¿cuántos teoremas resolviste tú?". Su ironía es socrática, incrustada en un hombre afectuoso, colérico y con extraordinario sentido del humor. No sólo es un filósofo, sino un padre de familia y un marido ejemplar, que juega al tute con Carmen intentado sacar de su aislamiento a la esposa enferma. Verlo con Carmen produce auténtica emoción. Además es el gran filósofo español del siglo XX. A su lado, los mucho más prestigiosos Unamuno y Ortega, eran unos opinantes, capaces de mantener opiniones sobre todas las cosas.

Don Gustavo, a diferencia de ellos, creó un vasto y complejo sistema filosófico para pisar terreno firme a la hora de opinar o de establecer teorías: empresa titánica desconocida en nuestro ámbito cultural desde la gran filosofía alemana. Podríamos decir que Suárez y Bueno son los dos grandes filósofos españoles. Algunos opinarán que es exageración, pero no encontrarán argumentos para demostrarla. Bueno es, de toda la filosofía actual, el filósofo apasionado, el que no calla, el que habla infatigablemente, el que le da la vuelta a las cosas para considerarlas en su totalidad.

Tuvo una etapa de filósofo académico en la que escribió muy poco y criticó a los filósofos mundanos; y entró en otra etapa de filósofo mundano en la que publicó una obra ingente y procuró llegar a todos los rincones de la sociedad: desde el pozo de una mina a las ondas de la televisión. No siempre comprendido y muchas veces atacado por los mismos que le habían aupado y elogiado años atrás.

Durante el franquismo, fue el único catedrático de Universidad que se enfrentó directamente al régimen; con la llegada de la democracia, las críticas no fueron menores, porque la superstición había aumentado. Publicó un libro crucial que le sentó muy mal a la izquierda: "España frente a Europa". Una de sus preguntas da en el clavo de lo que sucede en este país con tendencia a volver a los reinos de taifas: ¿por qué la izquierda española, a diferencia de la inglesa, alemana o francesa, es antiespañola? Sin embargo, ahí la tenemos, decidida a pactar con los separatistas antes de colaborar en un proyecto nacional.

Cuando Gustavo Bueno llegó a Oviedo, ya no era la ciudad de "La Regenta", novela sobre la que se tenían ideas muy vagas, la principal que estaba prohibida. No lo estaba, lo que pasa es que no se leía. Pero era una ciudad burguesa y administrativa, con minas en su momento de mayor conflictividad, situadas a menos de veinte kilómetros.

En aquella ciudad de burgueses, funcionarios y curas, Bueno encontró un ambiente hostil e incluso agresivo, pero sobrevivió. Pudo haberse marchado a cualquier otra Universidad pero no lo hizo. Aguantó el tipo como un torero y se ganó a los que le habían atacado aún a costa de perder a los que le habían defendido. Hoy Oviedo y Bueno son inseparables. En Oviedo encontró el filósofo su hogar.