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El Otero

¿Para qué sirve un árbol?

Sobre la importancia de preservar los montes

Si les preguntara para qué sirve un árbol seguro que no serían pocas las respuestas: obtención de madera, papel, frutos, leña, medicamentos, producción de oxígeno, reducción de la erosión del suelo, aminorar el efecto del viento, reducción de ruidos, absorción de metales pesados del aire, regulación del clima, ser hábitats de flora y fauna, crea sensación de relajamiento, almacenamiento de CO2? Vamos, ¡casi nada!

Hace días leía en este diario la noticia de la presentación del libro "Árboles de junta y concejo" de Ignacio Abella, quien apunta: "Los árboles eran la plaza, el parlamento, el ayuntamiento y el juzgado a la vez". Refiere también a Plinio quien afirmaba, ya en el siglo I, que el árbol fue "el primer templo de los hombres". Recoge asimismo el naturalista un hermoso testimonio sobre la íntima conexión ente los hombres y los árboles; se trata de una mujer del pueblo quirosano de Bermiego, llamada Rosario, que le narraba: "Cuando los hombres del pueblo empezaban a emigrar a Argentina se abrazaban al texu o al roble para despedirse del pueblo y, luego, cuando ya en Buenos Aires escribían a los familiares, también se interesaban por los árboles que eran símbolos vivos del pueblo en los que ellos se reconocían y con los que se identificaban".

Para no pocas culturas los árboles desempeñaban un papel mitológico. Por tanto, a la vista de este breve resumen, cualquier visitante extraplanetario daría por supuesto que serían tan de vital importancia para el hombre que los cuidaríamos como si nos fuera la vida en ello. Que nos va. Pues no. Según la FAO, aunque la tasa de deforestación neta ha disminuido en los últimos 25 años, se sigue perdiendo masa forestal: 129 millones de hectáreas desde 1990. ¡Como toda Sudáfrica!

En Asturias hemos vivido un fin de año trágico para nuestros montes. Y mucho se ha escrito y discutido sobre lo que se debería hacer para potenciar más el bosque como recurso no solo medioambiental sino económico. Pero me temo que seguiremos debatiendo sobre galgos y podencos mientras nuestros bosques y montes siguen en el olvido. Y en Oviedo ¿qué? Tenemos el "pulmonín" del Campo, que en el último cuarto de siglo ha visto caer un buen número de ejemplares. Desde la tala alevosa de nuestro totémico "Carbayón" muchos son los árboles singulares que sucumbieron a "Doña Hacha". Y tenemos el pulmón, nuestra cuesta. El Naranco. Con cientos de hectáreas que podrían ser de nuevo lo que históricamente fueron: un bosque a la misma puerta de la ciudad que vio nacer y crecer. Y ahí sigue, como siempre, esperando. Decepcionado. Solo ante su mayor enemigo: la indiferencia.

El novelista José Francés, en su "responso a los álamos de Oviedo", lamentaba la pérdida de estos árboles franciscanos; su reflexión puede ser extensible a muchos otros árboles ovetenses: "sin los álamos, Oviedo ve mutilado el brazo de los adioses y de las bienvenidas. Y todos nos sentimos más viejos, más abrumados de recuerdos, más descentrados en la estólida prisa de descaracterizarse, de falsificarse que tienen las almas miopes y las ciudades indefensas".

Quiera Dios que las palabras de la escritora puertorriqueña Iris M. Landrón no sean proféticas: "Algún día el árbol que has tronchado te hará falta para respirar". Porque ese día seremos realmente conscientes de para qué servía un árbol.

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