José Ignacio Gracia Noriega publicó en este periódico, al que tan vinculada me siento, un artículo sobre Carlos Bousoño, el pasado día 13 de febrero, que me produjo estupefacción -porque conozco a Gracia Noriega personalmente- y malestar, por el retrato aberrante que hacía de mi difunto marido.

Carlos Bousoño es una de las figuras más sólidas del escenario cultural de la España de la segunda mitad del siglo XX. Su poesía se caracteriza por su gran hondura, por la utilización de metáforas deslumbrantes muy originales, y por su pronta incursión en la metapoesía de tipo irracional. Sus poemas "Oda en la ceniza" y "El poema" son un buen ejemplo de ello. Y como teórico, se le puede calificar como el más original que ha tenido España. El teórico checo, y padre de los estudios de literatura comparada, René Wellek -quien fuera un miembro muy activo de la Escuela de Praga- dijo por escrito que Carlos Bousoño era el teórico de la literatura europeo que más le interesaba, con mucho.

Carlos Bousoño fue un adelantado en la defensa de la razón de ser de las autonomías y de la necesidad de potenciar las peculiaridades lingüísticas y culturales de las regiones, por la riqueza que aportan y por ser un complemento indispensable de las grandes unidades políticas y económicas del mundo actual, resultado de esa globalización de la que Carlos habló desde bastante antes de 1979. Expuso muy pronto sus ideas a sus alumnos españoles y extranjeros, así como en las numerosas conferencias que dio por toda España. En 1979 las dejó plasmadas por escrito en un extenso prólogo que puso a las primeras poesías completas de Guillermo Carnero. Y en 1981 publicó Épocas Literarias y Evolución, libro deslumbrante en el que defiende con ahínco el importante papel que habían de desempeñar las comunidades autónomas frente al Estado centralista. Y fue este el tema central de su discurso en representación de los galardonados en la edición de 1995 de los Premios Príncipe de Asturias. Resulta, por tanto, muy desatinado afirmar sobre Carlos Bousoño que "El escaso aprecio por el localismo expresado por el poeta boalés (...) marcó su obra y su relación con la región", como dice Gracia Noriega. Definir de este modo a un intelectual que defendió con pasión la razón vital orteguiana implica no conocerlo bien.

Carlos conservó a lo largo de su vida una gran querencia por Asturias. Y siempre se sintió muy orgulloso de su región. Los que lo conocieron bien y los miles de personas que asistieron a sus clases y a sus conferencias saben que, con frecuencia, elogiaba en público las bondades del carácter de los asturianos. Los definía como muy inteligentes, y contrarios a la pedantería y a la soberbia de los grandones y babayus.

Me cuesta creer que los boaleses puedan sentirse ligeramente defraudados porque Carlos no fuera mucho por Boal. El pueblo se volcó con él en 2003 cuando lo nombró Hijo Predilecto. Las muestras de cariño no parecían dejar ningún resquicio para la duda de que se sentían muy orgullosos de él y de que le agradecían su sencillez y cercanía.

Carlos siempre dijo y escribió que había nacido en Boal, y con ello colaboró a que su pueblo fuera conocido más allá de las fronteras de su concejo, de las de Asturias, y de las de España.

Carlos tuvo un motivo muy importante para no ir todo lo que él hubiera deseado a Boal, cuyo paisaje le gustaba mucho. Fue víctima de una experiencia traumatizante en 1937, cuando su tía abuela, que era viuda de don Manuel Acevedo y Huelves desde tres años antes de que naciera Carlos, lo llevó allí, huyendo del cerco de Oviedo. Manuela lo dejó en casa de unos parientes por parte del padre del poeta, a quienes ella les había acogido en su casa de la calle Asturias a una hija que fue a estudiar a Oviedo. Dichos parientes -la madre, sobre todo- lo invitaban cada día a que se marchara de su casa; lo que le producía tanta angustia que cuando se sentaba en la mesa a comer no levantaba los ojos del plato de comida que tenía delante. La situación se hizo tan insostenible para aquel niño huérfano de catorce años, que tuvo que confesarle a su tía abuela que no podía soportar el acoso al que lo sometía la familia donde ella lo había colocado. Y Manuela se lo llevó a la fonda "El Pasadoiro", donde estaban alojados ella y el hermano de Carlos. Aquella experiencia le dejó una huella profunda.

La infancia de Carlos, de experiencias educativas, culturales y personales muy ricas, fue cien por cien ovetense, ya que sus padres se trasladaron a Oviedo cuando el poeta tenía dos años. Y así ha quedado reflejado en su inédito diario, de siete libretas, titulado "Diario de Carlitos" a los diez años, del que incluí yo pasajes en mi prólogo a la Antología de Carlos Bousoño con estudio, de Santiago Fortuño Llorens, que publicó el RIDEA en el mes de diciembre pasado. En dicho Diario Carlos hace referencia, tanto a la Revolución de Asturias de 1934, como a la muy cruenta guerra civil que se vivió en Oviedo: deja plasmado allí su odio al fascio.

Me sorprende bastante que algunas personas pretendan enfrentar a Carlos con Ángel González, en lo poético y en lo personal, como hace Gracia Noriega en su artículo. Carlos y Ángel fueron íntimos amigos desde su más tierna infancia. Ángel le puso una larga dedicatoria a Carlos en su primer libro "Áspero mundo", que termina así: "...sin tus consejos, Carlos, probablemente yo no sería poeta". Ángel fue siempre muy cariñoso conmigo, y me contó su trayectoria personal con total franqueza. Como también lo hiciera su prima Carmina Labra.

Carlos fue un intelectual liberal de izquierdas, sin ninguna contaminación con el régimen de Franco, al que le disgustaban los fanatismos. Y frecuentó los locales de ocio a los que solo acudían los intelectuales de izquierdas. El Café Óliver -propiedad del bailarín Antonio Gades- era su preferido. Allí conocí con él a Carlos Saura, Geraldine Chaplin, Adolfo Marsillach, Paco Rabal, Claudio Rodríguez, Francisco Brines, José Hierro, Antonio Buero Vallejo, Juan Benet, Javier Marías, Juan García Hortelano, Félix Grande, Francisco Nieva, Antonio Quirós, José Manuel Caballero Bonald, José Lucas, Guillermo Carnero, Jenaro Talens, Alejandro Duque Amusco, Jaime Siles, Juancho Armas Marcelo, Juan Cruz, Fernando G. Delgado, Luis Antonio de Villena, José Luis Alonso y Nuria Espert, entre otros muchísimos.

Gracia Noriega afirma, con demasiada alegría, que, a su entender, Carlos no estampó su firma "en alguno de los innumerables manifiestos contra el franquismo en el tramo final del régimen claudicante..." Cuando resulta que, como ha dicho Teodulfo Lagunero -el mercantilista y constructor que se gastó miles de millones de pesetas en financiar al Partido Comunista de España durante once años- Carlos Bousoño estampó su firma en todos y cada uno de los manifiestos contra la dictadura de Franco que le pusieron delante, bastante antes de que dicha dictadura llegara a su tramo final. Fue Lagunero quien se encargó de entrar y sacar de España a Santiago Carrillo, unas diecisiete veces, con su mítica peluca, que según Lagunero era horrible, a pesar de que se la hiciera el barbero de Pablo Picasso.

La poesía de Vicente Aleixandre, libro publicado por Carlos en 1950, es, y será siempre, el mejor libro que se publique sobre el Premio Nobel de Literatura de 1977, como han dicho Ricardo Gullón, muchísimos aleixandrinistas, y el propio Vicente, desde que saliera el libro hasta su muerte en 1984.

Dice Gracia Noriega en su temerario artículo que en España no había afición para el tipo de estudios como la Teoría de la expresión poética de Carlos Bousoño, publicado en Madrid en 1952. Este clásico de la teoría literaria en España tuvo un éxito de ventas apoteósico, para un libro de teoría literaria de 1.120 páginas, en su séptima edición. Su lectura se recomendaba en todas las universidades españolas, y en muchas de la América Hispana, y también en muchas norteamericanas. Fue traducido al ruso y al rumano. Y no fue traducido a las cinco lenguas más importantes de Europa, porque la editorial Gredos -como recordó el novelista valenciano Vicente Puchol el pasado 25 de octubre de 2015 en "El País"- le exigió a la editorial alemana, que puso un gran empeño en traducirlo, unos royalties tan elevados que la editorial le pidió a Carlos que convenciera a Gredos de rebajar sus exigencias económicas. A lo cual Carlos les contestó: "Su trato fue muy considerado conmigo (...), cómo voy yo a corresponderles poniéndome del lado de ustedes?".

Y el representante de la editorial alemana, -quedándose atónito- le respondió: "¿Se da cuenta usted de que se trata de la difusión mundial de su obra?". "¿Y ustedes comprenden mi deber de cortesía hacia ellos?", les dijo.

Así era Carlos Bousoño: generoso, deslumbrante, visionario (según la segunda acepción del DRAE), hondamente inteligente, divertido, fascinante y, además, poseía el alma más bonita que he visto nunca.