Aunque hace algún tiempo había escuchado que cerraba Casa Alicia en Noreña, clientes habituales de la casa me aseguraron que no sería de inmediato. La última vez que entré en este clásico noreñense no tenía la impresión de que lo hacía por última vez; como cuando me despedí de Aurelio Quirós, en Casa Alicia, como es natural no sabía que me despedía de él para siempre. ¿En qué queda Noreña sin Casa Alicia y sin Aurelio Quirós? En realidad se trata de una gran villa capaz de remontar las mayores desgracias, pero sin Aurelio y sin Casa Alicia, Noreña ha perdido una parte importantísima de sí misma, que no volverá a ser lo que fue.

La hostelería está amenazada por muy tenaces enemigos. El primero, el frenesí recaudatorio del Gobierno, que pretende cobrar los mismos impuestos a un bar de la zona rural que a otro situado en una céntrica calle de la capital. Supongo que a eso le llamarán igualitarismo en el pago de impuestos: ¡hala!, todos a pagar, sin que importe lo que haya en la caja, siempre que la caja contenga algo. No menos peligrosos para el gremio lo son los incendios, las quiebras porque va mal el negocio y la jubilación.

Un incendio reciente ha dejado convertido en una ruina La Pérgola, uno de los mejores bares de la carretera antigua de Oviedo a Santander. Es una verdadera lástima. Que vaya mal el negocio forma parte de los riesgos del oficio. Si el bar no vende, si no sirve copas, si no da comidas, a la corta o a la larga, más bien a la corta, no le quedará otro remedio que cerrar. Y eso que ahora se nota que las cosas cambiaron con respecto a los años pasados, en los que había un decaimiento generalizado en el sector que ahora parece que está levantando cabeza (para comprobarlo, no hace falta más que ir a Noreña un sábado por la noche).

Pero el mayor enemigo de la hostelería es la jubilación, tan inevitable como la muerte. Por jubilación cerraron auténticos tesoros de la hostelería asturiana y española en general. El bar es bueno, el negocio marcha bien, la clientela está asegurada, pero la administración imperante ordena descanso con un toque de silencio, y si el hostelero no tuvo la previsión de preparar a sus hijos para que continúen la obra familiar, otro establecimiento histórico que se pierde. Por fortuna, en Oviedo se produjo en muchos casos la transmisión de padres a hijos: en Casa Lobato en el Naranco, en Casa Conrado y La Goleta, en La Paloma, en El Tizón y en El Ovetense. Por desgracia, en Casa Alicia no estaba prevista la continuidad, y cerró. Lo hizo el 17 de enero, día de San Antón, uno de los tres santos gastrónomos de Asturias.

Había comenzado como confitería y llevaba desde 1932 a la sombra del quiosco de la música. Sus fundadores fueron los abuelos de Pilar, Alicia Rato y José Álvarez. Los Rato eran confiteros italianos que vinieron a España como reposteros de Amadeo de Saboya, según me contó el novelista Mariano Antolín (Rato); el Papa Aquiles Ratti pertenecía a esa familia.

La confitería fue derivando a bar, porque era una pena que la mano que en esta casa tenían para los hojaldres se limitara a la dulcería sin prestar atención a lo salado.

Aquí se hicieron los mejores calamares rebozados de Asturias, que en San Vicente de la Barquera llaman "rabas" y vuelven a llamarlos de ese modo en Cudillero, mientras que en el intermedio son "calamares fritos".

El acompañamiento de los calamares era el vermú. Los domingos era tan ritual en Noreña ir a tomar el vermut con calamares como ir a misa y comprar después una docena de pasteles. Aunque el establecimiento era pequeñísimo y se llenaba, cabía todo el mundo.

El pequeño trozo de barra que dejaba la administración de lotería estaba lleno de pinchos salados caseros, consiguiéndose el milagro de que un bocado más bien tosco como el "bollo preñado" aquí resultara suave: ayudaba a suavizarlo la manteca. En 2006, la Orden del Sabadiego concedió a Casa Alicia el premio Villa y Condado de Noreña, merecidísimo galardón. Y en 2015, al Banda de Música hizo un homenaje a la casa, adelantándose a su cierre.

Casa Alicia era también administración de loterías. Pilar en la cocina y Joaquín en la barra, sirviendo con la misma profesionalidad un vaso de vino que sellando un euromillón. El despacho de la lotería estaba según se entra a la izquierda. Después estaba la barra y todavía había sitio para un expositor con las delicias de la casa.

El bar era pequeño, con cuatro o cinco mesas: en la del fondo se sentaba Aurelio Quirós, inolvidable alcalde de Noreña, que vivía en la casa de al lado, para jugar a la brisca, o, como él decía, "para enseñar a sus contrincantes a jugar a la brisca", aunque le ganaban siempre. En otra mesa, su mujer y unas amigas jugaban al parchís. La cocina tenía una ventana al bar, a la que se asomaba Pilar para intervenir en la conversación de los clientes. Una escalera estrecha conducía al piso de arriba. En esta parte del bar se armaba el Nacimiento. Este año no lo quitaron; seguramente querían cerrar con el Nacimiento puesto.

El ambiente que se respiraba era familiar. Allí todo el mundo hablaba con todo el mundo, de lo divino y lo humano. Joaquín, grande, enorme y con mucho sentido común, a veces dirigía las conversaciones y proporcionaba datos muy puntuales de que esto no pude seguir así ni de otra manera.

Pilar salía poco de la cocina, donde además comía la familia. Todo el establecimiento estaba adornado con antiguas fotografías. No olvidaremos a Fermín Cuervo, indispensable en la casa, dedicado a recortar papeles que luego guardaba en una caja de puros, sentado en un rincón de la mesa en la que se jugaba a la brisca, mientras en el aparato de televisión, encima de la puerta de entrada, jugaban al fútbol. Joaquín solía decir que sabía que hay mucha gente a la que no le gusta el fútbol, pero, en una televisión como la que tenemos, ¿qué se puede poner si no?.

La muerte de Aurelio Quirós, muy sentida en la casa, fue como un anuncio de que las campanas que doblaron por él también doblaban por Casa Alicia. Me dicen que volverá a abrir, como despacho de lotería.

No es mala supervivencia, y esperemos que algún día dé un premio importante y ese día yo esté allí y lo haya comprado. De momento, limitémonos a decir que todo se va y todo se acaba. En ochenta y cuatro años que llevaba abierto este establecimiento no cerró un solo día.

A eso se le llama profesionalidad y amor al trabajo. A Pilar y a Joaquín les aguarda un merecido descanso. La única pregunta que nos hacemos: ¿dónde encontrará Fermín refugio para sus artes, para trabajar con las tijeras sobre papeles y luego guardarlo en cajas de puros? Confiemos en que siempre habrá un rincón en Noreña para servir de estudio a un artista.