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Tino Pertierra

Crítica / Cine

Tino Pertierra

El último eslabón

Gonzalo Tapia vuelve al largometraje con una arriesgada y ambiciosa película de intrigas, rotos familiares y descosidos muy íntimos

Gonzalo Tapia inició el siglo con una película, "Lena", que descubría a un creador de historias sencillas en apariencia pero de subterráneas complejidades emocionales, preciso a la hora de encuadrar y (re)mover la cámara, atento a los más pequeños detalles que delatan heridas abiertas entre líneas y con gran habilidad para guiar a los actores sin robarles en ningún momento su propia intuición. Una película que merecía mejor suerte comercial y que no presagiaba, desde luego, el largo silencio de su creador. Quince años después, Tapia regresa metiéndose en camisa de once varas argumentales con una historia de época (Tetuán, 1956) en paisajes marroquíes (sobre el papel en algunos casos) y de triple vertiente: una intriga detectivesca que busca desentrañar un trágico suceso en tiempos de furia, una denuncia clara de los oscuros tejemanejes de algunos miserables que arrebataban niños de las víctimas para entregarlos a familias vencedoras y, por último, un curso acelerado de relaciones entre padres e hijos que recuerda inevitablemente al nudo gordiano de "Lena", aquella chica capaz de todo por salvar a su padre. En este caso, Tapia le da la vuelta a ese punto de vista para mostrar, sin contemplaciones ni maniqueísmos, la farsa de unas paternidades falsas, impuestas y vergonzosas, y por ende la confusión inextinguible de una juventud maltrecha que, de pronto, descubre que lo que llamaba hogar era, en realidad, una horrenda mentira bañada en sangre.

Con un presupuesto notablemente inferior a lo que exigía semejante ambición en la escritura, Tapia hace de la necesidad virtud para no perder ni un segundo en mostrar estampas costumbristas o postales turísticas y concentra casi toda la acción en escenarios amenazadores incluso cuando son luminosos, arrinconando a sus personajes en un callejón sin salida de dudas y mentiras en el que incluso las sonrisas apestan a peligro. Con una tersa fotografía y unos diálogos bien afilados (sospecho que el coguionista, Michel Gaztambide, tiene buena parte de culpa), "Neckan" avanza con ritmo pausado e implacable a través del terreno minado de una historia llena de patrañas y rencores. Tapia recurre a actores secundarios de lujo (Roberto Álvarez, Manuel Manquiña, Hermann Bonnin...) para dotar a algunas escenas de una veracidad e intensidad notables, y sólo la interpretación a veces insuficiente de un correcto y esforzado Pablo Rivero impide que algunos momentos alcancen la fuerza necesaria, algo que se hace más evidente en la historia de amor, en principio diáfana e incluso previsible, pero finalmente revestida de una complejidad innombrable que no termina de cuajar como debiera en la pantalla. Son peros, en cualquier caso, que no dañan demasiado una propuesta arriesgada y muy trabajada, del todo punto encomiable, que deja un poso agridulce: por un lado, la satisfacción de encontrar (una parte de) la verdad, y, por otro, el dolor palpitante que las consecuencias de esa verdad tendrán en el futuro, postrado siempre ante los horrores de un pasado escrito para siempre en un muro de venganza y justicia: Neckan.

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